Me encanta el título del doc: "Refranes para Julia". Me recuerda
aquel poema tan hermoso que José Agustín Goytisolo dedicó a su hija,
"Palabras para Julia"…
Así
comenzaba el mail que Rosa Berros Canuria me envió con su aportación para esta
sección. Y me pasó como con casi todo lo que ella escribe, que después de la
primera frase, ya no pude despegar los ojos de la pantalla. Esta bloguera hecha
y derecha en cuanto a su andadura por la red y hacedora de magníficas reseñas,
de cine o literarias, tiene esa virtud. Me consta que no me pasa solo a mí,
Rosa tiene una forma de contarnos acerca de las historias que lee o que ve en
el cine que aunque después nunca tengas el libro entre tus manos o visiones un
solo minuto de metraje, habrás disfrutado a placer de ellas. Inteligente,
perceptiva, excelente narradora, avezada y temprana lectora, sus entradas de
blog son un lujo traten de lo que traten. Seguramente se deba a que en todas
ellas hay una parte de la pasión que Rosa pone en sus letras.
Ella es
tímida, lo reconoce, y no es dada a hablar de sí, pero la gran calidad de su
blog y la cordialidad exquisita con que trata a todos los que la visitan, ya
hablan alto y claro sobre ella. También dice que no tiene imaginación para
escribir historias, cosa que nunca he creído, pero de vez en cuando la
inspiración la coge a traición, se sacude el recato literario y nos regala
algún relato estupendo. Yo espero que con el tiempo ella sepa ver, como lo
vemos quienes la leemos, su gran potencial en ese sentido.
No os
aburro más porque sé que estaréis deseando ir a su blog y comprobar por
vosotros mismos todo esto que os cuento, así que aquí os dejo el enlace de su
bitácora titulada “Cuéntame una historia”. Y por si como a ella os gusta la
cocina, también os dejo el enlace a su otro trabajo sobre recetas titulado “Cocina sin medida”. ¡Buen provecho!
Ya solo me
queda, antes de cederle la palabra, transmitirle mi sentido agradecimiento.
Gracias, Rosa, por ser, por estar y por tu generosidad a la hora de prestarte a
escribir sobre “Los refranes de tu vida”.
* * * * * * * * * * *
Yo no tengo refranes propios muy desconocidos, tan
sólo algunos que me son muy queridos, por motivos que yo misma ignoro, y otros
que tienen su anécdota ocurrida a mí o a alguien de mi familia.
Hay dos refranes que tienen un significado similar
que me gustan mucho y que suelo usar con mis alumnos que, como todos los
adolescentes, son especialistas en quererlo todo: que les expliques lo del día
que faltaron, que se tenga en cuenta su opinión para la fecha del examen aunque
no estén en clase y, algunos, aprobar sin estudiar. Estos refranes son: “No
se puede estar en misa y repicando las campanas” y “Al santo que
no está delante no se le reza”. Les cuesta entender el significado y la
primera vez tengo que explicárselos. Luego les hacen mucha gracia por la parte
religiosa que tienen y que a muchos les resulta muy
ajena.
Por lo que
se refiere a las anécdotas, la primera que quiero contar hace referencia a un
refrán conocido (Ojos que no ven, corazón que no siente) que a mí
me llegó modificado y así siguió por muchos años. En mi mundo infantil existía
un refrán que decía “Ojos que no ven, gabardina que te levantan”.
Cuando lo dije en el colegio, teniendo yo unos diez años, fui la risión de mis
compañeras y originé una pequeña discusión porque yo creía estar en posesión de
la verdad como sólo se puede creer a los diez años. Claro que cuando lo conté
en casa, buscando una confirmación a mi verdad, aun fue más jocoso el asunto.
La confusión venía de cuando yo era pequeña y le oí el refrán alterado a un tío
abuelo mío a quien le desapareció una gabardina que había dejado colgada en el
perchero de mi abuela paterna. Todos sospechaban de la mujer de otro tío abuelo
(los hermanos de mi abuela eran siete) que no tenía muy buena fama en la
familia y había andado por allí el día de marras. Si fue ella o no, no se llegó a saber nunca.
Sé que mucho tiempo después la culparon de haberse llevado la sortija que
perdió la mujer de un tercer tío abuelo. Esta sortija terminó apareciendo al
cabo de varios años en el fondo de un saco de carbón que yacía olvidado en un
rincón del sótano lo que me hace pensar que quizás la mujer también fuera
inocente del robo de la gabardina.
A mí me
llegó el refrán alterado, pero a mi prima (esta vez en la familia materna) le
llegaban incompletos. Acostumbrada a escuchar a su madre mitades de refranes,
nunca entendió su significado, aunque tampoco lo buscaba pues había incorporado
los refranes tal cual los escuchaba. Sabía que cuando se levantaba tarde su
madre le diría “La madrugada del pellejero” o que cuando dijera
aquello que tanto les gusta a los niños “bueno, no pasa nada”, su madre le
respondería “No era nada lo del ojo” y así mi prima se acostumbró
a refranes incompletos y sin sentido hasta que, siendo ya mayor (debía de tener
cerca de veinte años), hablando con su madre una noche de frío y cigarrillos
compartidos, la conversación cayó sobre aquellas expresiones y entonces, mi tía
le reveló las mitades omitidas hasta el momento que no eran otras que "La
madrugada del pellejero que le daba el sol en el culo y creía que era un lucero”
y “No era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano”. Entonces mi
prima, por primera vez en su vida, comprendió el significado de aquellos
refranes y su perfecta pertinencia con las oportunidades en que su madre los
usaba. No es que mi tía quisiera ocultarle información a mi prima, es que eran
refranes muy largos y como ella ya se los sabía, los daba por supuestos. Jamás
pensó que su pobre hija no entendía nada.
Rosa Berros Canuria
Fecha 05-jun-2016 0:46 UTC
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