No
había luna esa noche. En su lugar una gran boca teñida de rojo sangre gobernaba
el cielo.
El
caso es que nadie se extrañó, nadie hizo preguntas y tampoco supo nadie cómo o
por qué había llegado hasta allí. Al fin y al cabo ya estaban acostumbrados a no
cuestionarse demasiado las cosas, a convivir con el bombardeo despótico de una
publicidad constante hecha a medida que podía convencerlos casi de cualquier
cosa. Nadie dijo nada, como si siempre hubiese estado ahí, como si nunca hubiera habido otra cosa
que una sonrisa esperpéntica y burlona prendida del cielo nocturno.
La
boca no alumbraba como la antigua luna, pero exhalaba un aliento exótico que no
terminaba de ser agradable. No sabían qué era, pero supusieron que si fuese
nocivo las autoridades habrían hecho algo al respecto, así que continuaron
viviendo sus ajetreadas vidas y respirando como si tal cosa, haciéndose poco a
poco a esa humedad que calaba la piel y que los rodeaba por completo al llegar
la noche.
Al
principio la boca no emitía sonidos, quizás porque no tuviera nada que decir o
quizás porque la enmudecía la sorpresa. Sorpresa de no verse interrogada, de
que nadie se hubiera dirigido a ella para pedirle cuentas. Y fue así que con el
tiempo se desinhibió y la sonrisa de tintes enigmáticos que exhibía al llegar
se convirtió en verdadera carcajada que hacía retumbar el cielo.
La
gente ya no podía conciliar el sueño, era del todo imposible con aquel
estruendo, pero como sentían miedo y desconcierto lo dejaron correr,
convencidos nuevamente de que las autoridades habrían hecho algo al respecto si
fuera posible. Usaban tapones, se escondían bajo las mantas y esperaban
resignados la llegada del día.
Así
continuaron las cosas hasta que la boca, aburrida y desidiosa en su completa
impunidad, decidió dar un paso más y hacer algo que no podrían obviar, algo tan
espantoso que por fin levantarían la vista al cielo gritando e interpelándola.
Decidió que devoraría almas para acallar el vacío que la soledad había llegado
a producirle.
Ahora
la gente, como si acabara de despertar de un profundo sueño, sí intentó
protestar; pero ya era muy tarde, ya no tenían las palabras en su vocabulario.
Bajaron
las cabezas en ominoso silencio y se limitaron a organizar los turnos para
alimentar a la boca. Eso sería todo a partir de ahora…
Pobrecita la boca: al final, nadie intentó siquiera comunicarse con ella... no me estraña que se mosqueara de verse tan solita.
ResponderEliminarPreciso cuento, Julia. Y con más de una moraleja. ¡Enhorabuena!
Un millón de gracias por pasarte y comentar. Me alegro de que te haya gustado :)
ResponderEliminarSaludos!!
Soy Sire apreciada amiga, lamento no haber visto esa noche a la boca, me hubiera gustado decirle que no devore almas para acallar el vacío, aunque pensándolo bien la idea no es mala si merece la pena dejar menos almas pero de calidad y que no solo se limiten a alimentarla, mmm, bonico blog
ResponderEliminarHola querida amiga, qué gusto verte por aquí! :)
EliminarSi tú hubieras visto a la boca esa noche seguro que te habrías sentado a conversar a su vera, y seguro que habría dejado de sentirse sola. Todas las almas habrían estado a salvo gracias a tí. Cómo resistirse a las buenas vibraciones y positividad que siempre llevas contigo como un aura??.
Gracias por la visita, estás en tu casa.