Las parejas se citan para “hablar”.
Nosotros nos veíamos para “silenciar”. Así es como nos gustaba llamar al
disfrute del silencio más ameno y pleno de significado que conocíamos…
A la hora de amar hay muchos
juegos posibles, unos más ocurrentes que otros, y nosotros descubrimos el
nuestro por casualidad. Consistía en que una vez traspasado el umbral de la
puerta la ausencia de palabras sería nuestro lenguaje…
No era fácil encontrar un
hotel que reuniera las condiciones necesarias. La discreción no era un
requisito, eso no nos importaba porque los dos estábamos libres de compromiso,
pero que fuera tranquilo y contara con habitaciones bien insonorizadas, eso sí
era imprescindible. Las interferencias en ese aspecto podían echar a perder las
horas preciosas que tanto nos costaba robarles a nuestras ajetreadas agendas.
Quizá era eso lo que nos excitaba, el parón en el estrés y las prisas, el poder dejar a un lado los requerimientos a golpe de minutero de nuestros trabajos, abstraernos definitivamente del entorno y de tener que responder a mil cuestiones. Paz, sosiego, libertad y desinhibición, eso es lo que significaban para mí esos encuentros.
Quizá era eso lo que nos excitaba, el parón en el estrés y las prisas, el poder dejar a un lado los requerimientos a golpe de minutero de nuestros trabajos, abstraernos definitivamente del entorno y de tener que responder a mil cuestiones. Paz, sosiego, libertad y desinhibición, eso es lo que significaban para mí esos encuentros.
Nunca me he planteado si
éramos “normales” o un par de locos de atar, y es que siempre me importó más
disfrutar que la etiqueta que pudiéramos merecer.
Es así como aprendimos a disfrutar
en plenitud del leve susurro de la ropa en su viaje hacia el suelo; de las
respiraciones en creciente y sincera agitación; de los latidos enfebrecidos de
deseo que martilleaban nuestros corazones; de la música que la saliva nos
regalaba en cada beso; del rozar de las uñas arando con desespero la piel
ruborizada por la agitación de los cuerpos; de la succión de los labios que
nunca se cansan; de los jadeos y suspiros agradecidos, colmados; de nuestros
sexos húmedos por convicción. La convicción de que nada hay más sensual y
excitante que escuchar al cuerpo hablar de amor.
Realmente yo amaba aquel
silencio lleno de preciosos sonidos y vacío de nuestra voz, pero las reglas
están para respetarlas y él un día las transgredió. Con solo dos palabras que
más bien parecían afiladas dagas, rompió para siempre la magia y selló el fin
de nuestro acuerdo.
Sin pensar en las consecuencias
dijo “te quiero”...
Julia C.
Julia C.
Qué bonito!!! Un besito
ResponderEliminarEl blog de Sunika
Gracias guapa!
EliminarOtro besillo para ti.
Me ha encantado, tanto lo que cuentas como la manera en la que lo cuentas, muy bueno :)
ResponderEliminarGracias, muy honrada! Me alegro de que te haya gustado :)
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