En esta
ocasión y con vuestro permiso, me he autoinvitado a participar en mi propia
sección. Confieso que me he “colado” por delante de algunas compañeras que
amablemente ya me habían enviado “los refranes de su vida”, pero es que está
siendo tanta vuestra generosidad (mil gracias) que a este paso no voy a
escribir yo ninguna entrada, y me parece un poco abusivo por mi parte.
Así pues me
he puesto manos a la obra para bucear entre recuerdos y dichos populares de mi
infancia. No lo he hecho sola, he tenido la ayuda de mis padres, a quienes les
encargué que me confeccionaran una lista (confieso que también pretendía que
fuera un pequeño incentivo para ellos, ya que están muy mayores y no les viene
nada mal hacer un poquito de memoria, sobre todo si es sobre cosas agradables).
Qué ilusión les hizo y qué manera de contagiármela. Mi madre, desgraciadamente,
apenas ve, pero mi padre tomó de inmediato un folio y fue apuntando los que
ella le dictaba y los que él mismo recordaba. Siempre han sido los dos muy
refraneros, así que me han dado material de sobra.
Quizás
deba explicar que yo solo puedo ver a mis padres una vez al mes, cuando me
desplazo a Granada, y que por eso les encargué esta tarea por teléfono. Cuando
al cabo pude recoger “su trabajo” me dieron orgullosos dos folios por las dos
caras y un montón de explicaciones que me encantó escuchar. Muchos de ellos yo
misma los tenía asimilados de oírlos de su boca, pero otros los había olvidado
o pertenecían a sus propios recuerdos de niñez y familiares. Aún ahora me
emociono al pensarlo porque pasamos un rato estupendo, parecían dos críos
compitiendo por ver quién tenía el mejor refrán. Esto hace que esté más
contenta aún, si cabe, de haber iniciado esta sección.
Bueno,
entremos en materia que me voy por las ramas. Aquí van algunos de los refranes
de mi vida.
“Cabeza
loca no quiere toca”
Cuando yo
era niña era bastante movidita, al parecer, y no me gustaba mucho que me
pusieran alhajitas ni adornos en el pelo. En cierta ocasión mi madre le encargó
a una de mis hermanas mayores que me pusiera unos pendientes para ir a no sé
qué celebración, pero yo parecía más un caballo encabritado que una niña. Al
final mi pobre hermana desistió y le devolvió a mi madre los pendientes. Ella
los miró, luego me miró a mí y dijo con gesto contrariado: “no se puede con
esta niña, cabeza loca no quiere toca”. Yo no estaba muy segura de lo que
aquello significaba, pero decidí portarme mejor porque el ambiente se estaba
caldeando y no pintaba bien para mí.
“Caballo
grande ande o no ande”
Este
refrán me lo dijo en más de una ocasión mi padre, porque yo siempre he sido muy
“grandona”. Recuerdo que en las fotos de grupo del cole más que una compañera
parecía la madre de las otras niñas; les sacaba la cabeza casi entera y
abultaba como dos de ellas juntas. A mí aquello me daba complejo. Entonces mi
padre, supongo que para consolarme aunque con dudoso tacto, me decía eso. Y yo
tan satisfecha, qué infeliz.
“Al que
quiera saber, embustes con él”
Cuando
éramos crías mis tres hermanas y yo, había una portera en el edificio que,
haciendo honor a su profesión, gustaba de saberlo todo sobre todos, le
incumbiera o no. Con mis padres, que siempre han sido muy discretos y poco
amigos de chismorreos, no se atrevía, pero a las niñas nos preparaba “encerronas”.
Nos abría la puerta del ascensor, nos dejaba entrar, y luego ella se colocaba
delante y con la puerta sujeta, de forma que no había escapatoria posible. Es
entonces cuando nos sometía al tercer grado y nos preguntaba a placer. Una vez
lo estábamos comentando en la mesa y mi padre, con total naturalidad, entre
cucharada y cucharada, soltó la sentencia. Nos dio mucha risa y, desde ese
momento, nos sentimos autorizadas a “fantasear” ante las preguntas de la
portera. Le contábamos cada disparate… pero conseguimos que dejara de meterse
en nuestros asuntos. Supongo que ya no le compensaba, ji, ji.
“Muchas
manos en un plato, pronto tocan a rebato”
En casa,
como ya he comentado, éramos cuatro hermanas y no siempre era fácil que nos
portáramos bien y ayudáramos. Cuando había que hacer alguna tarea de limpieza
grande que nos daba pereza y andábamos remoloneando por la casa, mi madre nos animaba
con esta positiva sentencia. Luego tardábamos lo que tuviéramos que tardar,
pero la carga nos parecía más ligera ante la perspectiva de un trabajo en
equipo.
“Mucho
te quiero perrito, pero pan poquito”
Este
refrán es de mi madre también y me hace mucha gracia porque lo encuentro tierno
(será por los diminutivos) pero bastante “afilado”. Viene a significar que a
veces decimos querer mucho a alguien, o ser muy buenos amigos suyos, pero luego
no somos capaces de hacer nada por él. Ella nos lo decía con cierto tonillo que
pretendía parecer dolido cuando, después de haber estado muy “amorosas” y
decirle lo mucho que la queríamos entre mimos y besos, luego no obedecíamos ni
de broma. Creo que pretendía crearnos un poco de cargo de conciencia, y el caso
es que de vez en cuando hasta funcionaba.
Aún me
quedan muchos más refranes, muchos más recuerdos y muchas más sonrisas ligadas
a éstos, pero serán para otra ocasión.
Terminaré
con uno que le decía a mi madre un tío suyo cuando pretendía meter baza, sin
ser invitada, en las conversaciones de los adultos. Tiene que ver, pues, con tener
la boquita cerrada:
“Las
niñas hablan cuando las gallinas mean”
O sea,
nunca.
Yo no soy
una niña, no, pero tomo nota y ya me callo…
Julia C.
Código 1605127563712
Fecha 12-may-2016 10:07 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Código 1605127563712
Fecha 12-may-2016 10:07 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir no te lo calles. Este es un sitio para compartir :)