A pesar de sus esfuerzos por hacer hablar a
Marcos la conversación estaba resultando muy poco fluida. El se empeñaba
tozudamente en remover un café que hacía rato se había enfriado y ni siquiera probó
la generosa porción de tarta que Malena le había servido. De vez en cuando
asentía, añadía algún monosílabo como respuesta al discurso de su anfitriona y
se quedaba mirándola como si nunca la hubiera visto, con una mezcla de
curiosidad y verdadero arrobo. Malena estaba acostumbrada desde muy joven a
interpretar las miradas de los hombres y aquellas de su amigo, por primera vez
intensas, que parecían clavarse en sus ojos o que recorrían su cuerpo sin
disimulo como lava caliente, empezaban a preocuparla.
Intentó interesarle por los pequeños
progresos de Elisa, que desde su capazo intervenía en la conversación a su
modo, con pequeños gorjeos y pataleos de piernas al aire. Marcos apenas si la
miraba; quedaba claro que el tema no le importaba lo más mínimo. Cuando Malena
ya lo daba todo por perdido y apenas si le quedaban cosas en común sobre las
que charlar, el joven se bebió el café de un trago, con brusquedad, la encaró y
le preguntó si echaba de menos a su hermana Gloria. Todas las alarmas de Malena
se pusieran al rojo vivo.
Intentó ganar tiempo y le dijo que enseguida
hablarían del tema, pero que antes tenía que darle su biberón a la pequeña. El
no añadió nada y se dispuso a esperar pacientemente, observando cada movimiento
de la joven madre sin perder detalle y sin discreción alguna. Estaba claro que
no se daría por vencido ni dejaría su pregunta sin respuesta.
Cuando Malena volvió del dormitorio de dejar
a su hija durmiendo, encontró a Marcos de pie en el centro de la habitación; la
aguardaba. Apenas la vio aparecer se acercó a ella, tanto que podía oler su aftershave
mezclado con el alcohol de su aliento. Sintió un instante de miedo, pero luego
se sobrepuso pensando que su amigo necesitaba confianza y no recelos. Procuró que
no disminuyera aún más la escasa distancia entre ellos y, apoyando la mano
sobre su hombro, lo invitó a sentarse de nuevo. Para entonces Marcos ya no
escuchaba más que sus voces interiores y tomando a Malena por la cintura
inesperadamente le dijo al fin lo que andaba pensando toda la tarde. “Tú puedes
evitarlo todo, yo no quiero tener que hacerlo. Quédate conmigo, sabes que puedo
cuidar de ti mejor que Tonio y también que me haré cargo de la mocosa. Por
favor, si tú me quieres lo demás no importará, nos iremos lejos, ambos
empezaremos de nuevo y dejaremos atrás esta vida terrible que nos ha tocado
vivir.”
Malena no daba crédito a lo que estaba
oyendo, la extraña declaración de Marcos la pilló totalmente por sorpresa. ¿La
mocosa era su querida hija? ¿así se refería a ella? ¿dejar de hacer qué?. Todas
esas cuestiones giraban en vertiginosas espirales en la mente de la joven
impidiéndole reaccionar, hasta que sintió el abrazo cerrado de Marcos en torno
a su cuerpo y un beso rudo y a traición en sus labios. Tenía miedo de él, pero
también de alterarle más de lo que ya estaba y no se atrevió a rechazarle.
Contuvo la respiración unos instantes de verdadero pánico y después fingió
ternura y aceptación de sus palabras. Con mano temblorosa acarició su anguloso
rostro e intentó sonreír.
“Está bien, Marcos, hablemos de nuestro
futuro. Voy un momento al baño, vuelvo enseguida”.
Aquella decisión la haría llorar tiempo
después hasta no tener más lágrimas porque cuando regresó al cabo de unos
instantes, algo más tranquila y con una vaga idea de cómo encauzar la
situación, ni Marcos ni Elisa estaban ya en el apartamento. Muchas noches
soñaría con el zapatito de su hija tirado en el suelo del pequeño recibidor y
la cuna vacía.
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Apenas si tuvo unos minutos para tomar la
decisión y, aunque le dolió en lo más hondo e hizo mayor el abismo que lo
devoraba por dentro, Marcos tuvo que aceptar que Malena solo estaba
interpretando un papel y que en realidad no le quería. Lo vio en sus ojos
después de besarla: era miedo y no ternura lo que había en ellos.
Muy bien, si es lo que quería, así sería. Se
atendría al plan trazado con Jonás y pasaría los días más terribles de su vida
hasta que le devolviera a su hija. Después desaparecería para siempre y
empezaría de nuevo lejos de aquel barrio que había sido su hogar tantos años
pero que tan terribles recuerdos le traía. Maldita la hora en que aceptó tratos
con Tonio para salvar su negocio y cruzó su camino con el suyo y con el de
aquella mujer. Pero ya no más.
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La noticia ocupó la portada de los periódicos
locales durante unos días y después, como suele suceder, perdió interés para
periodistas y público en general. La vida seguía, o eso suele decirse, pero no
para todos por igual. Solo a los afectados les seguía doliendo tanto que apenas
si podían respirar. Los padres de la pequeña, y especialmente Malena, hacían
verdaderos equilibrios para conservar la cordura en su desesperación; ya nada
tenía sentido para ellos, estaban rotos por dentro.
Algún tiempo después y ante lo que parecían
indicar todas las evidencias, la policía dio por cerrado el caso; ellos,
impotentes, tuvieron que resignarse a dar sepultura a un ataúd vacío.
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A Jonás no le costó demasiado tomar la
decisión porque no podía permitirse dejar cabos sueltos o que tiempo después y
debido a la debilidad de un muchacho indeciso, todos sus planes se vieran
malogrados. Había puesto toda esperanza de futuro en esa niña, su heredera, y
la quería para sí. Marcos no era más que un cabo suelto que debía desaparecer
para siempre.
Sus hombres se encargaron del asunto bajo
detalladas instrucciones y apareció muerto en un coche incendiado a las afueras.
Desgraciadamente tuvo un accidente durante su huída tras raptar a la pequeña
Elisa y ambos perecieron. Lo más complicado fue encontrar un cadáver de bebé
con el que convencer a la policía de que esos, y no otros, eran los hechos.
Código 1605097468420
Fecha 09-may-2016 17:51 UTC
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