Alberto pagó la cuenta más triste que enfadado, sin
entender nada, y tras echar distraídamente un vistazo a su móvil, decidió que
pasaba de contestar los whatsApps de sus amigos. Estaban pendientes de la cita
más por afán de cotilleo que por sincero interés, estaba seguro. Eran sus
colegas, a algunos de ellos los quería como a hermanos, pero a veces le parecía
que eran poco menos que insoportables. Mirando sin ver la pantalla del
dispositivo de repente se le ocurrió una idea: buscar a Gina en Facebook. Ahora
que tenía su número de teléfono no podía resultar tan complicado localizarla y
quizás así descubriera algo, aunque solo fuera una pista de lo que le sucedía.
Sin ganas de enfrentarse al frío de la calle ni a lo solitario de su
apartamento se pidió el tercer café de la tarde, aspiró hondo el tenue aroma a
vainilla que ya asociaba irremediablemente a la chica y se aplicó a la tarea.
********
Gina llegó a casa con la respiración entrecortada por la
carrera. Cuanto más avergonzada se sentía por su impulsiva reacción, más corría
y más estúpida se sentía a su vez por la forma en que los demás viandantes la
miraban; el bucle la hizo recorrer la distancia en un tiempo récord. Tal y como
era su costumbre, dejó un reguero de prendas desde el recibidor hasta el sofá de
la sala, donde se dejó caer exhausta. Echó de menos dolorosamente los ladridos
de bienvenida de Elmer, su fiel compañero, y acarició su correa roja ahora sin
utilidad. Aunque lamentaba no haber podido estar con él la noche en que lo
atropellaron, también se alegraba de no tener ningún recuerdo sobre ese
terrible momento. La noticia le pilló completamente desprevenida, como pasa
siempre en estos casos, y le impactó como un puñetazo en pleno estómago; le
dolió tanto que casi se queda sin respiración. Suerte que ya había terminado su
número aquella noche porque de otro modo hubiera sido incapaz de actuar. Ese
pensamiento la hizo volver a Alberto y a su fiesta de cumpleaños. A saber qué
estaría pensando sobre ella en aquellos momentos. “Bah, no me importa”, se
mintió, y abrió su portátil para mirar fotos de Elmer y de los buenos momentos
que habían compartido. Era una forma de estar con él y con todos los amigos que
la habían acompañado, aunque fuera virtualmente, en esos duros momentos. El
icono en rojo anunciando la petición de amistad de Alberto no se hizo esperar.
********
─ ¿Y
entonces?
─ Entonces nada, paso mucho de él
─ A ver que no te estoy entendiendo. ¿Me dices que no quieres ni oír hablar del
tipo solo porque no te gusta que tenga tantas amigas en Facebook?
─ No son amigas, Martina, son rollitos y ex.
Es un ligón de
manual y ahora se ha encaprichado conmigo, pero no seré la siguiente de su
lista, eso te lo aseguro.
─ A lo mejor se me escapa algo, Gina, pero no
creo que haya nada malo en divertirse un poco, ¿no? Síguele el juego a ver qué
pretende y si luego no te convence, no encargues el traje de novia ─La
sonora carcajada que siguió a estas palabras provocó que todos en la sala
volvieran la cabeza hacia la mesa de las dos jóvenes. Gina bebió de su refresco
con la cabeza gacha totalmente azorada. Así era Martina, imposible pasar
desapercibida si salías con ella.
─ Estáis
todas muy pesaditas con este tema. ¿Tengo
que derretirme solo porque es guapo, amable, simpático, inteligente y está bueno? ─ahora fue la propia Gina la
que rio con ganas.
─ Haz lo que quieras, mona, pero tal y como
está el mercado yo no me haría mucho de rogar. Somos legión las lagartas
dispuestas a cualquier cosa por un hombre así ─Y
brindaron joviales por todas las lagartas del mundo.
********
Alberto siempre había sido tenaz cuando quería algo y no le
importaba pelear, pero no estaba acostumbrado a que una mujer le diera largas.
Era una experiencia nueva para él que sin embargo, lejos de herir su orgullo,
espoleaba su interés. No se planteaba los motivos de no querer tirar la toalla,
pero intuía que se avecinaban cosas nuevas en su vida y en su corazón.
Gracias a las redes sociales había descubierto muchas
cosas sobre Gina. Le gustaban particularmente sus vídeos cantando y tocando la
guitarra en lo que suponía era la terraza de su casa; ni siquiera reparó en la
bicicleta rota que quedaba a su espalda hasta la séptima u octava vez que los
vio, algo muy significativo dado su alto sentido de lo estético. Sin embargo,
desde el primer momento, se le grabaron en la retina el tono de los reflejos
que despedía su cabello al sol o el color exacto de sus labios, siempre sin
maquillar. Las alocadas fotos de sus viajes, mochila a la espalda, también le
hacían sonreír, sobre todo por el contraste con la seriedad de sus fotos en los
eventos del conservatorio. Siguiendo su rastro en las redes sociales entendió
lo mucho que le había dolido perder a su perro Elmer, aunque él jamás hubiera
tenido una mascota, y lamentó sinceramente que hubiera ocurrido justo el día de
su cumpleaños. Ella, lejos de culpar a la amiga que lo paseaba en ese momento,
le mostraba públicamente un cariño y un agradecimiento desbordantes por haberle
confortado en esos últimos momentos.
¿Acaso aquella chica era de otro planeta?
Bueno, al menos era de un planeta diferente al del resto de las mujeres que él
había conocido. Estaba seguro de que merecía la pena pelear por una oportunidad
con ella.
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