viernes, 14 de noviembre de 2014

Sobre el odio y el deseo





deseo-odio


Te he querido mucho, creo que lo sabes, pero ahora te odio... 


Me gustaría empujarte, literalmente, lejos de mí; pero temo que si te toco no pueda evitar abrazarte. Qué forma tan rara de odiar, es verdad, hasta yo tengo que reconocerlo.


Me pongo a jugar con los recuerdos escondidos entre los pliegues de nuestra historia y se me viene a la cabeza aquella vez que hicimos el amor mientras te odiaba también. ¡¡Ay, fue delicioso!!  


La pura verdad es que quería hacerte daño con mis retorcidos jueguecitos para cobrarme una deuda que solo la vida y las circunstancias habían contraído conmigo. Siempre he sido una mala mujer, para qué vamos a engañarnos. Pero tú, que eres mejor que yo y de puro nítido, transparente, no entendías ni mis artimañas de niña mimada ni mis motivos. Te limitabas a capear el temporal como podías, a tratar por todos los medios de no echar más leña a un fuego que tú no habías prendido y a sufrir muerto de preocupación por verme infeliz y furiosa.


Recuerdo como si hubiera sido ayer que aquella tarde, después de mi habitual exhibición de rebeldía y mala leche para recibirte, vino el llanto. Había bebido solo para molestarte y me sentía fatal, pero no tuve lo que hay que tener para aguantar, entera y valiente, el órdago que tontamente te había lanzado. 
 

Deberías de haberme dejado sola vomitando en el baño, me lo tenía más que merecido, pero siempre has considerado el amor un bálsamo milagroso que todo lo puede y tuviste que acercarte, tuviste que poner tus manos tibias en mi frente para intentar consolarme del malestar físico y emocional y tuviste que besar las palmas de mis manos con aquella dulzura tan tuya...


No sé cómo llegamos hasta la cama, pero recuerdo vívidamente tener que aceptar a disgusto el hecho inexplicable de desearte a pesar de todo. Y recuerdo también haber jugado a la ruleta rusa en mi cabeza para decidir si quería provocarte hasta que me hicieras el amor, cosa que tú sin duda considerarías indigna en aquellas circunstancias, o echarte de mi lado sin miramientos. 


Evidentemente elegí lo que consideré peor para los dos, destructiva como era, pero aún así no cambio por nada aquellas sensaciones que experimenté después… la respuesta volcánica de mi cuerpo cansado y aún así fiel aliado tuyo; la traición de mi vientre echándote de menos hasta la desesperación; las caricias que me imponías como un mal necesario para aplacar mi furia; el placer salvaje de tenerte dentro mientras clavaba en ti la mirada y las uñas; la sensación de someterte al mismo tiempo que te concedía la revancha en mi cuerpo por todo lo que te había hecho pasar.


 Toda aquella lucha terminó, ya lo sabes, con un orgasmo desmedido, como de otra dimensión, que me sacudió cada fibra nerviosa. Sí, fue delicioso y atroz a un tiempo. Después, escudada en la resaca y el dolor de cabeza, fingí que no recordaba nada. 


Pero no quiero pensar más en estas cosas que me hacen daño. He decidido hacer borrón y cuenta nueva: voy a odiarte sin ambigüedades esta vez… si es que soy capaz.

Julia C.

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