lunes, 29 de diciembre de 2014

Diez segundos

Un cuello blanco y perfecto de camisa. Perfume con olor a bosques que yo, a mis pocos años, imaginaba agrestes y salvajes. Los angulosos rasgos perfectamente rasurados. Ojos de gato para mirarme. Una fiesta.

Había un ruido infernal en aquel local y no conseguía hacerse entender. Exasperado por tener que hacer gestos, él que era el hombre impasible, terminó por aproximarse con un gesto de fastidio mal disimulado dibujado en el rostro. Yo también me acerqué esperando que me hablara al oído, fastidiada a mi vez por su desquiciante actitud siempre que estábamos a solas. Pero no hubo palabras, ninguna...
diez-segundos

Un segundo, dos… y el aura de su cercanía electrizó mi cuerpo entero. Tres, cuatro… su respiración deliciosamente cosquilleante acariciaba de improviso mi cuello. Cinco, seis… el tiempo desertó y su ausencia hizo con nuestras voluntades un nudo. Siete, ocho… ninguna palabra salida de su boca y la espera galopando en mi pecho. Nueve, diez… su mano anidó al fin en mi cintura y acabó depositando un cálido y húmedo beso en zona virgen de mi piel. 

Un temblor de rodillas y medio suspiro más tarde, se retiró y me miró en tonos verde felino con gesto severo, como si fuese culpable de algo. Apretó los labios contrariado, giró en redondo sobre sus talones y se fue a buscar al resto del grupo.

Aquello jamás volvió a repetirse y por supuesto no lo mencionamos nunca. Aunque me hubiera gustado no llegué a entender qué había sucedido, y ni siquiera en aquellas largas miradas que me dedicaba, mitad distraídas mitad cargadas de intención, hallé una pista. 

De todos modos no cambio por nada la sensación irrepetible de ése mi primer beso, y aún hoy, en días cargados de nostalgia, adorno el lugar exacto con una gota de perfume por su recuerdo…

Julia C.



 

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