Mis amigos
dicen que soy un pirata del siglo XXI. “Quizás uno de entre muchos, qué os
creéis”, les respondo yo.
No, no es
que tenga una pata de palo ni un garfio por mano, y tampoco es que me dedique
al pillaje surcando mares de azul profundo con un negro sombrero de través
cubriendo mi cabeza. No, lo mío es otra cosa, lo mío es ver la realidad con un
parche en el ojo, o sea a medias, y eligiendo siempre la mitad que más me
gusta. No veo qué tiene de malo y si eso me convierte en objeto de bromas, pues
sea.
Antes de
ser pirata, como dicen ellos, veía la realidad tal cual, tan cruda y descarnada
que a veces me dolía el alma. Usaba los dos ojos y todo el sentido crítico que
poseo, que no es poco. Consumía información veraz y contrastada siempre que me
lo permitían y hacía de mi búsqueda un deber como persona y como ciudadano.
“Hay que implicarse con el entorno histórico y político que a uno le ha tocado
vivir”, me decía, “saber es el principio de una auténtica libertad consciente,
aunque a veces cueste”, trataba de autoconvencerme. Podríamos decir que vivía
volcado hacia afuera, y así gasté años de mi vida. También podríamos decir que aparte
de muchas indigestiones mentales y varios nudos en el corazón, no conseguí gran
cosa.
Pero hubo
una tormenta, una de esas que destroza las velas y hace astillas el sólido
barco en el crees navegar a salvo. Ni todo el ron guardado en las bodegas puede
hacer que te olvides de ella porque está ahí, sacudiendo tu cuerpo sin piedad
día a día, sisándote la salud, la ilusión y la esperanza en un futuro a la
vista. Es inevitable pensar, mientras estás entre las fauces de esa tormenta de
nombre terrible, que quizás ya no te queden muchos más viajes que hacer ni
muchas otras aventuras maravillosas que correr. Ese es el momento de elegir,
justo ese.
Y yo elegí
ponerme un parche en el ojo y comprarme un catalejo que solo me permitiera ver
esperanza, sonrisas y buenas intenciones a mi alrededor. Decidí volverme hacia
dentro y buscar asideros que me mantuvieran en la brecha, peleando como el
temido bucanero que debo ser. No hay más tripulación que yo y voy surcando la
vida de otra manera, a mi manera.
Ya no veo
los telediarios ni compro el periódico, pero tengo en casa un loro que me
repite cien veces al día que me voy a poner bien, que voy a ganar la batalla.
Ahora no permito que los confines de mi mundo se alejen demasiado, ni que se
oscurezcan, y empuño mi espada de optimismo contra cualquiera que me lleve la
contraria pintándome un futuro poco halagüeño.
Llegaré a
buen puerto y habrá un tesoro esperándome, estoy seguro. Es lo que debo creer hasta
que pase la tormenta, se calme el oleaje y vuelva a navegar con el viento a
favor.
Quizás sí,
quizás tengan razón mis amigos y sea un pirata del siglo XXI.
Julia
C.
Código 1605037416313
Fecha 03-may-2016 19:02 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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