A solo la
distancia de una mesa y dos tazas de café, pero tan lejos…
Nos habíamos
estado contado las novedades y riéndonos como bobos con todas las tonterías que
se nos ocurren siempre; estábamos felices y relajados en aquella esquina tan
nuestra de la terraza, tanto que no terminaban de borrárseme los restos de
sonrisa de los labios, como si fueran inquilinos deliciosos que fueran a
quedarse para siempre. Y puede parecer estúpido, pero ese relax después de
varios días de tensión, me hizo el mismo efecto que un par de copitas de algo
fuerte, con todas sus consecuencias.
Empecé a
mirarle de otro modo, empecé a recrearme en cada uno de los rasgos que hacen
que le encuentre tan arrolladoramente varonil y su voz, profunda y
acariciadora, se me hizo aura consolando mi piel del primer fresco de la
tarde. Se me desdibujaron las palabras y
las intenciones ceñudas que solo unas semanas atrás fueron el acompañamiento de
nuestro café, uno de tantos y sin embargo el más amargo, el que podía presagiar
un final para nosotros. Tantas dudas en el aire, tan dura la tarea de encontrar
una fórmula que nos permitiera vivir en paz a los cuatro. No es fácil querer a
dos personas a la vez…
Todo eso iba
quedando atrás por efecto de mi borrachera imaginaria y recordé aquella primera
cita en una cafetería del centro, hace ya tantos años. Yo no soy una mujer
pequeña pero su abrazo, a un tiempo
sutil y seguro, me hizo sentir diminuta. Pensé que era extraño que un hombre
tan grande fuera tan delicado. Desde ese primer momento me gustó siempre verme
rodeada de su cuerpo y tener que mirar muy arriba para besarle.
Quizás resulte
posible que pueda leerme el pensamiento, no lo sé, pero esa chispa dorada
contra el verde de sus ojos me hizo intuir que andábamos pensando cosas
parecidas. Ya no hacían falta tantas palabras, ese era momento de usarlas solo
para que no resultasen indiscretas las caricias de la mirada.
Comenzó a rodear
el borde de tu taza despaciosamente, la sonrisa de medio lado, y yo miraba la
sucesión de círculos como hipnotizada. La desinhibición de mi lascivo
pensamiento me transportó a momentos en que esas mismas manos, grandes y
fuertes, tomaron mi cuerpo por juguete de sus deseos. Siempre tuvo ese poder
sobre mí, el de despertar sensaciones dormidas y deseos que por insospechados
tuve que aprender a aceptar. Su piel morena contra la mía blanca, su tacto
áspero contra el mío suave, su generosidad contra mi necesidad.
El rubor
indiscreto acudió a mis mejillas sin invitación; nunca ha dejado de ser un fastidio
y una tortura para mí resultar tan evidente. Y él, sin dejar de mirarme, apartó
de si la taza y sacó con deliberada parsimonia algo de sus bolsillos. Lo dejó
sobre la mesa, cubierto con la mano para impedir que yo lo viera. Me preguntó “¿sí
o no?”.
No sabía lo
que era, ni sabía cuál pudiera ser el juego, pero mi respuesta fue “sí”. Con él
la respuesta siempre era sí, incluso a mi pesar, incluso aunque la propuesta me
resultara descabellada.
Hizo un
gesto al camarero para que trajese la cuenta y después me dejó ver lo que había
estado ocultándome: la llave de una habitación de hotel, nuestro hotel.
Qué verdad
tan grande es esa de que a veces sobran las palabras…
(Foto obtenida de www.fotospix.com)
(Foto obtenida de www.fotospix.com)
Una palabra, una mirada, una discreta caricia... Cuando existe esa chispa cualquier forma de comunicación, por mínima que sea, vale por todo un Qujote. ¡Ay, si la mariposillas del estómago hablaran...! ;)
ResponderEliminarEs precioso, Julia.
¡Me alegro de que te haya gustado!. Cuando la química entre dos personas fluye, todo se convierte en mariposas alrededor. Qué historias tan interesantes contarían si pudiesen ;)
EliminarUn saludo y mil gracias por pasarte.