Edgar,
poseedor como todos sabéis de una prodigiosa imaginación, me propuso escribir lo que a
continuación leeréis. Se trata de un mismo relato que tiene dos versiones: la
mía, escrita en clave de misterio, y la suya, escrita en clave de
terror. A la hora de publicarlo alternaremos sucesivamente seis fragmentos, tres de cada
autor, hasta completar las dos versiones íntegras mencionadas. ¿Estáis
algo confusos? ¡Eso se arregla leyendo!
La
verdad es que no lo veía yo muy claro al principio ni lo entendía muy bien,
¿pero quién le dice que no al blogger más encantador de todo Google+? Así que
me dispuse, armada de ilusión y con la imaginación afilada como el lápiz
de un escolar, a intentarlo al menos. Ahora puedo decir, con conocimiento de causa, que la experiencia ha sido genial y que trabajar con él es un verdadero placer.
Espero
que disfrutéis este trabajo tanto como nosotros. Ha quedado demostrado que
disentir, tanto en la vida real como en la ficción, puede llegar a ser muy divertido…
Parte I
El mismísimo notario parecía formar
parte del mobiliario, plenamente integrado como estaba al panorama de aquella
rancia habitación. No es que estuviera sucia, es que el paso de los años todo
lo recubre de una pátina invisible de decadencia, incluso aunque la habitación pertenezca
a una mansión y solo los muebles ya cuesten una auténtica fortuna.
Fueron llegando con cuentagotas y
más bien tarde, seguramente temiendo los unos tener que cruzar una palabra con
los otros. Sin duda la lectura del testamento era un reclamo lo bastante
poderoso como para reunir a la familia después de tantos años, pero no por eso
iban a dejar la vieja costumbre de ignorarse o despreciarse entre sí.
La primera en aparecer fue Rose,
una mujer esbelta y sensual como una gata que jamás hubiera pisado un vertedero.
Ya era inmensamente rica gracias a sus ventajosos divorcios, pero no por eso
pensaba dejar de reclamar un solo penique del testamento de su padre que ella
considerara que le correspondía. Vino acompañada de su único hijo, un
adolescente pelirrojo de mirada sagaz y rostro pecoso.
Su hermano John, el mayor de los
tres vástagos del finado, llegó tras ella. Se hacía acompañar de su hierática
esposa, una enfebrecida amante de las operaciones de estética, y de sus dos
hijas gemelas. Lástima que en plena juventud ya compartieran la afición de su
madre por el quirófano.
Y por último se personó en la sala
una extraña pareja que a todas luces desentonaba con el estatus social de la
familia y a la que nadie de los presentes parecía conocer.
El ayudante del notario, siguiendo
una leve indicación de cabeza de éste, cerró por fin las puertas de la
biblioteca. El silencio entre los presentes era pernicioso y espeso.
“Estamos aquí para dar lectura a las
últimas voluntades del Barón Locker. Siguiendo sus instrucciones han sido
convocados todos sus hijos, a excepción, por motivos obvios, del recientemente
fallecido Andrew Locker”.
Rose y John interrumpieron al
notario con una exclamación ahogada y se miraron por primera vez interrogándose
mutuamente con los ojos. ¿Estaba el benjamín de la familia muerto? ¿Cuándo,
cómo, dónde?
“Suicidio, hace dos meses, en esta
misma casa. Se encontraba de visita viendo a su padre y decidió, muy
inoportunamente por cierto, quitarse la vida”, contestó en tono cansino el Sr. Worsworth.
Estaba claramente molesto por tener que interrumpir su discurso para hacer
aquella aclaración.
Hubo conmoción en la sala ante la
noticia, pero nada comparado al momento en que el honorable anciano, cumpliendo
con sus obligaciones, presentó a la sra. Morse y a su hijo Thomas, que a la
sazón era también hermano de ellos. Un desliz del difunto, sin duda, porque el
joven de flequillo rebelde y ojos verdes como pedazos de jade tenía al menos treinta
años.
“¡Intolerable!” es lo único que
acertó a decir John.
“Legalmente reconocido” apostilló
el notario para atajar ese asunto sin más.
A partir de ese momento ya estaban
preparados para oír cualquier cosa. Los secretos de familia bajo la alfombra parecían
haber cobrado vida y correteaban libremente por la sala.
Terminó de leerse un testamento en
extremo minucioso que detallaba a la perfección qué propiedades, títulos y
activos del banco correspondían a cada hijo. Las partes no eran equitativas desde
el punto de vista de John y Rose. Por supuesto ellos consideraban que Thomas
estaba robando la herencia que correspondía a sus hijos y que no era más que un
advenedizo y un oportunista. Nadie los convencería nunca de lo contrario.
Solo quedó un cabo suelto. Respecto
a la mansión que ocupaban en ese momento y que había sido la residencia oficial
de la familia durante generaciones, se añadía únicamente una nota: la heredará
el único de mis hijos que tiene las manos limpias de sangre.
Julia C.
Continuará...
(Para leer la continuación pincha aquí)
Código: 1505274181107
Fecha 27-may-2015 7:49 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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