jueves, 21 de mayo de 2015

La abuela sabia



Marco sabía que su abuela era sabia. Tenía que serlo si siempre estaba leyendo libros con muchísimas hojas que sacaba de la biblioteca del abuelo, el único sitio al que su hermano y él tenían prohibido entrar sin la compañía de un adulto. En lo demás era como todas las abuelas, con su pelo canoso, sus arruguitas al sonreír y sus recetas de tartas maravillosas. Pero la suya, además, era sabia.

El día de notas del segundo trimestre Marco llegó del colegio muy abatido. A pesar del duro trabajo desempeñado, no había conseguido pasar con buena nota casi ninguna asignatura y su boletín era cualquier cosa menos un motivo de orgullo. La abuela, que lo conocía tan bien como solo el cariño permite, enseguida supo que algo no marchaba adecuadamente, así que le preparó su merienda favorita y se sentó con él a la mesa de la cocina.

-         Abuela yo estudio mucho y siempre atiendo en clase, me porto bien y no meto jaleo nada más que en el recreo, de verdad.

-         ¿Entonces cuál es el problema, Marco?

-         Las letras, abuela, son las letras.

-         ¿Qué quieres decir? Explícame eso.

-         Las letras se mueven en la pizarra, se vuelven de color casi transparente cuando la profe termina de escribirlas. Y en mi libro también, hacen que me lloren los ojos y me duela la cabeza.

La abuela de Marco comprendió de inmediato cuál era el problema.

-         Chiquito mío, ¡tú necesitas gafas!

-         ¿De verdad? ¿Ahora podré tener unas como las tuyas y leer los libros gordos que lees tú?

-         Bueno, serán unas gafas adecuadas a tu edad y respecto a los libros, ¡todo se andará!

Marco volvía a estar contento, qué buena idea había sido contárselo a la Tata, que para algo era sabia.

-         Pena que voy a perder la apuesta. Estas notas son un asco y seguro que las de Jaime son la bomba. Pareceré un tonto y él se quedará con mi tirachinas nuevo. ¡Puag!

-         Eso te pasa por hacer apuestas, ya sabes que a tu madre no le gusta… pero aun así no es justo – añadió la abuela tamborileando suavemente sobre el floreado mantel. Al fin y al cabo Marco era el niño de sus ojos –.  ¡Tengo una idea!

La Tata sacó la llave del bolsillo de su vestido y guiñándole un ojo le invitó a seguirla.

Entraron en la biblioteca abriendo la puerta despacio, como si temieran sorprender dentro a alguien y quisieran darle tiempo para que se escondiera. Después le pidió al niño que eligiera un volumen al azar y Marco tomó uno de tapas rojas.

-         Alejandro Dumas, ¡buena elección, chiquito! – añadió la abuela con sus anteojos bien colocados sobre el puente de la nariz –. Veamos qué tiene que decirnos – Y abriendo el libro por una página cualquiera leyó: “Para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio”.

El crío volvió la carita con expresión dudosa hacia la anciana.

-         ¿Esto nos ayuda en algo, Tata?

-         ¡Claro que sí, es la respuesta! No diremos nada de este asunto. Yo te compraré esas gafas para que puedas estudiar como es debido y convenceré a Jaime de que espere al próximo trimestre para resolver la apuesta. Tu parte es trabajar duro y remontar estas calificaciones, ¿entendido?

-         ¡Claro que sí, abuela! Ya verás cómo lo consigo.

El resto de la tarde lo invirtieron en leer a Dumas, que sin saberlo, les había dado una solución al problema. Desde ese momento y para siempre sería uno de los escritores favoritos de  Marco.

Julia C.

Código: 1505214141161
Fecha 21-may-2015 10:19 UTC
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