Lo
sabía, estaba segura. Es lo que tiene ponerse a escribir contigo, Edgar, que
indefectiblemente todo acaba lleno de sangre, fantasmas y gritos de terror.
La
pobre Rose con esas alucinaciones terribles sobre sus tres maridos, tan muertos
y tan “embichecidos” ellos. ¿Es que no podían estar disfrutando en un yate
atracado en cualquier puerto europeo o conquistando jovencitas a golpe de
talonario y alcohol? No, muertos y bien muertos. Dije “ventajosos divorcios”,
no “ventajosos enviudamientos”, pero tú ni caso.
Y
el pobre Andrew, un alma cándida donde las haya, convertido en espectro asesino
con sed de venganza (bueno, quizás no tan cándida su alma después de todo, ya
os contaré).
Eres
incorregible, que lo sepas, pero no me harás perder el hilo. Yo voy a seguir
donde lo dejé, a plena luz del día y solo con personas vivas en la sala…
Parte III
Lo natural hubiera sido que los
tres hermanos hubieran empalidecido anta la sola posibilidad de que alguno de
los otros tuviera un crimen a sus espaldas, como insinuaba su padre en el
testamento. Pero lo cierto es que parecían más bien compugidos, tristes, seguramente ante la perspectiva de ir a
perder ellos mismos ese sustancioso pellizco de la herencia.
El notario, que no en vano era un
hombre de avanzada edad, propuso hacer un receso para descansar y tomar un
refrigerio que anunció ya estaba servido en el salón Bohemia, así llamado por
albergar una notable colección de exquisitas piezas fabricadas con dicho
cristal. Los demás no protestaron, a pesar de que tenían pocas ganas de
confraternizar y muchas de saber cómo habría dispuesto su padre llegar a saber
quién de entre ellos tenía “las manos limpias de sangre”.
John tomó una de aquellas copas de
vino ligero y espumoso y se situó en el dintel de la puerta, muy cerca del
mayordomo, el sr. Kingston. A pesar de su cara de pocos amigos y lo envarado de
su postura, John sentía por él un entrañable afecto. Cuando solo era un niño le
había guardado el secreto de mil travesuras, ahorrándole así temibles reprimendas
de sus padres y convirtiéndose en su cómplice.
-¿Qué tal le va la
vida, sr. Kingston? - No quiso tutearle para salvaguardar la dignidad en el
cargo del anciano.
-Tengo que hablar con
usted, señorito John. Necesito contarte algo terrible que me pesa en la conciencia.
John se quedó mudo de la sorpresa
ante aquel inusual saludo, pero se recuperó de inmediato. Viviendo en el seno
de su “querida” familia había aprendido desde temprana edad que la información
era poder.
-Espéreme en el
gabinete azul, por favor, voy enseguida.
Cerraron la puerta con llave y sin
sentarse siquiera, el sr. Kingston comenzó su historia. Era la primera vez en
su vida que John le veía preso de tal ansiedad y nerviosismo.
“El día que vino su hermano, el
señorito Andrew, el servicio tenía la tarde libre por expreso deseo de su padre.
Supusimos que quería disfrutar de la compañía de su hijo en privado, así que
dejamos todo dispuesto para una cena fría y sobre las cinco y media todos
dejaron la casa. Yo lo habría hecho también de no ser por un leve catarro que comenzaba
a manifestarse. En aquel momento no quise importunar al señor con tal nimiedad
y no le dije nada; me limité a retirarme a las dependencias del servicio y a
permanecer allí.
Tenía intención de acostarme
pronto, pero antes, sobre las diez, quise asegurarme de que el Barón no
necesitaba nada. Subí arriba y sin poderlo evitar oí cómo discutía con su hijo.
Le estaba llamando depravado del demonio y sodomita inmundo. Y el joven señor
también gritaba diciendo que no era asunto suyo con quién se acostara y que se
limitara a darle el dinero del chantaje. Por lo que pude entender el último de
sus amantes no estaba por la oportuna discreción deseable en un caballero, ya
me comprende”.
John no daba crédito a lo que
estaba oyendo. Trató de tranquilizar al sr. Kingston y le animó a continuar.
“Volví a mi cuarto e intenté dormir,
pero sin éxito. Sobre las dos de la mañana me levanté para hacerme una infusión
y ver si así lograba conciliar el sueño, y allí estaban ellos, en la cocina: su
padre y el bastardo. Hablaban quedo para no despertar al pobre señorito Andrew,
pero yo oí claramente cómo el señor le encargaba al otro que borrara “esa
mancha intolerable de su familia”. Yo sabía muy bien a lo que se estaba
refiriendo, y al día siguiente su hermano estaba muerto en la bañera, con las muñecas
abiertas ”
-Así que el bastardo no puede
heredar la casa, ¡perfecto!
Es todo lo que acertó a pensar el
siempre práctico John…
Julia C.
Continuará…
Para leer el capítulo IV en el blog de Edgar pincha aquí
Código: 1506014229967
Fecha 01-jun-2015 11:22 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Para leer el capítulo IV en el blog de Edgar pincha aquí
Código: 1506014229967
Fecha 01-jun-2015 11:22 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir no te lo calles. Este es un sitio para compartir :)