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1896 (Reencuentro) - Parte V
Al principio
todo fue confusión y desconcierto, desasosiego y un no entender que las golpeó
como una ola en plena tormenta. Se miraban a los ojos buscando unas respuestas
que ambas desconocían y luego contemplaban sus reflejos en la gran luna de
espejo del vestidor, atisbando ya la verdad.
Eran
hermanas, de eso no había duda: idéntica edad, la misma marca de nacimiento en
la espalda, estaturas y complexiones muy similares y aquel verde en los ojos
que a nadie podía pasar desapercibido. Cierto que Blanca era mucho más hermosa
que Rosa, pero ahí estaban los rasgos comunes.
Rosa encargó
té a una de sus ayudantes y se encerró en el gabinete con su recién descubierta
hermana. Se contaron sus vidas, se tocaron sintiendo un calor que siempre
habían echado en falta y se sonrieron con una dulzura que hasta ahora no habían
dejado aflorar con nadie más. Las horas pasaron raudas y llegó la hora de
despedirse, cosa que hicieron con un gran abrazo en privado y una fórmula
apenas cortés en público.
No sabían
por qué no se habían criado juntas, ni si sus respectivas familias estaban al
tanto de la existencia de la otra. ¿Sería su verdadera madre alguna de las
mujeres a las que siempre habían llamado así o quizás fue otra quien las
alumbró a ambas? Un incómodo enjambre de preguntas les ocupaba la cabeza y las
mantenía distraídas de sus quehaceres aquellos días.
Blanca y
Rosa continuaron viéndose y conociéndose mejor, y cada una por su cuenta,
trataron de esclarecer el misterio de su existencia. Poco o nada llegaron a
descubrir, salvo que Rosa efectivamente era adoptada y que llegó a la vida de
sus padres siendo un bebé de apenas días. De dónde procedía seguía siendo un
misterio. Aceptaron la incertidumbre porque no les quedaba más remedio y porque
no querían herir innecesariamente a sus familias, pero siempre querrían saber
más.
Blanca
presentó a su hermana en sus círculos como a una querida y reciente amiga,
habilidosa por demás con la aguja, dándole así acceso a su exclusivo mundo. A
cambio Rosa le dio todo el cariño femenino que ella había echado en falta por
la pronta y triste desaparición de la que ella siempre había considerado su
madre. Ambas parecían felices y se sentían plenas.
Los
acontecimientos siguieron su curso durante aquella cálida estación y llegaron
cambios y sorpresas para todos: inesperadamente, como lo más natural del mundo,
un amor tierno y sincero nació entre Rosa y Guillermo.
Ninguno
de los dos lo buscó y mucho menos lo deseaba, pero entre largos paseos por los
jardines, frecuentes bailes de salón en la mansión del marqués y deliciosos
picnics en la campiña, fueron aflorando afinidades imprevistas y sonrisas
cómplices que a duras penas podían ocultarse. Pocas veces se quedaban a solas y
apenas durante unos minutos, pero estas escasas ocasiones fueron suficientes
para que los latidos desbocados de sus corazones confirmaran lo que ya
sospechaban. Ellos dos se amaban, y no había consideración hacia Blanca que
pudiera evitarlo.
Podía haber
sido un problema, pero lo cierto es que Blanca nunca había amado a su prometido
y lejos de sentir celos o interponerse, los alentó desde la más entrañable
generosidad.
Un
compromiso podía concertarse, pero también anularse…
Continuará...
Julia C.
Puedes leer la continuación Aquí
Código: 1505194128411
Fecha 19-may-2015 17:36 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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