Parte II – Manteniendo
el equilibrio
Giselle
Giselle
era aventurera, eso lo había heredado de su madre, una mujer formidable que
disfrutó plenamente su existencia los cuarenta y dos años escasos que vivió.
Aún así, o precisamente por eso, le enseñó a su hija que el tiempo es un bien
precioso y escurridizo que hay que aprovechar y que el miedo es el peor lastre
que un ser humano puede arrastrar; había que espantarlo en cada recodo del
camino si era preciso y no dejar que condicionara nunca las decisiones.
La
chica era muy bonita, y aunque su aspecto era frágil y delicado, poseía una
gran vitalidad que animaba irresistiblemente su mirada de ojos ámbar. Estaba en
España de intercambio universitario, cursando estudios en la misma facultad que
Roberto. Ella no quería ser abogada, demasiado tiempo entre papeles y butacas
de despacho, pero necesitaba créditos en esa disciplina para ser diplomática.
Esa sí que era una profesión a su medida, siempre viajando y siempre conociendo
personas nuevas.
Tenía
claras las ideas y trabajaba duro para hacer realidad su sueño. Desde luego no
había dejado su país y a su padre, su única familia ya, para enredarse en
España con amores imposibles que le complicaran la vida. Lástima que el destino
tuviera otros planes para su corazón.
Roberto
No
podía decirse que Roberto no estuviera pagando el precio de su educación con
creces, aunque no fuera en metálico. Ponía empeño, dedicación y todo el tiempo
que “su anfitriona” le dejaba libre. Estudiaba de noche si era preciso,
quitándose horas de sueño, y junto a lo académico trataba de aprender todo
aquello que pensaba podría serle útil para desenvolverse adecuadamente en
cualquier ambiente social, ya fuera un cóctel en un museo o una reunión
informal con sus compañeros de la Universidad. Su vida era una escuela
permanente.
Cultivó
sus gustos respecto a moda y complementos de la mano de Marisa, aprendió a
elegir un vino para la comida con cierta desenvoltura, adquirió modales a la
altura de cualquier “dandy” y memorizó todos los resortes que debía tocar para
hacer feliz a la mujer que pagaba sus cuentas. Absorbía conocimientos como una
esponja y los asimilaba con pasmosa facilidad.
En
el ambiente estudiantil las cosas no fueron muy complicadas tampoco y se
integró en un espacio de tiempo mínimo. Su físico y su dulce acento le facilitaron
el camino con las chicas, que se desvivían por aclararle dudas de clase o
indicarle la dinámica de las actividades que se desarrollaban en la facultad; y
su gran simpatía y facilidad para los deportes le granjearon franca camaradería
con los chicos.
Todo
habría ido muy bien de no ser porque Marisa se estaba volviendo cada vez más
controladora y posesiva, reduciendo su pequeña parcela de vida privada y
libertad poco a poco. El se daba cuenta y trataba de no animarla ni crearle
falsas expectativas, halagado al principio y fastidiado después, pero cuando
con la mayor delicadeza de que era capaz mencionaba “el contrato”, ella
replicaba que no entendía cómo podía ser tan vulgar y daba el tema por zanjado.
El callaba para no alterarla y seguía cumpliendo su parte.
Marisa
¿Acaso
era un crimen tener ilusiones? Roberto estaba siendo para ella como un elixir
de la juventud y fue inevitable que se volviera dependiente. Más allá de lo
pactado trataba de mimarlo para merecer su atención y hasta su cariño, pero
luego se atormentaba pensando que pudiera llegar a verla como a una segunda
madre y cambiaba radicalmente de actitud, menospreciándolo y tratándolo como al
“asalariado” que era. Al poco la complicada montaña rusa emocional en la que
vivía volvía a ascender y afloraban de nuevo los sentimientos que en realidad
su corazón albergaba; trataba de hacerse perdonar con regalos y sesiones maratonianas
de sexo en las que ella solo pretendía complacerle. Quizás no lo pensara
conscientemente, pero anhelaba que él no tuviera necesidad de buscar nada fuera
del espacio bajo su control.
Poco
a poco también fueron saliendo menos y algunos fines de semana se quedaban en
casa haciendo cosas corrientes de pareja o bien salía ella sola. Marisa llegó a
considerar a sus amigas y amigos gay como tiburones en torno a Roberto que
acechaban tentadoramente para arrebatárselo, así que mejor no darles ocasión.
Ya no era tan divertido exhibirle cogida a su brazo y dejar un reguero de
murmuraciones a su espalda. Odiaba esos chispazos de deseo que, como una pieza
en venta y totalmente asequible, despertaba Roberto en ojos ajenos.
Intentaba
ser feliz, y casi lo era, pero tenía que esforzarse tanto por controlarlo todo,
por mantener el equilibrio con Roberto y por impedir que nadie le arrebatara su
preciosa suerte que apenas tenía descanso. De todos modos ella sabía que las
cosas buenas de esta vida tienen un precio, así que lo asumió y se dispuso a
seguir pagándolo.
Continuará...
Julia C.
Código: 1506164344725
Fecha 16-jun-2015 19:40 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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Fecha 16-jun-2015 19:40 UTC
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