Parte III – Sintiendo
a destiempo
Roberto y Giselle
Su
risa, eso era lo que más le gustaba de ella. Cuando la oía sus recuerdos lo
llevaban directo al patio de su casa, allá en su tierra, donde una fuente
cantarina adornaba con sonidos de hogar el silencio de la noche.
Giselle
y Roberto se conocieron por pura casualidad en la cafetería de la Facultad.
Antes de compartir mesa forzados por la falta de espacio a la hora punta,
apenas habían reparado el uno en el otro. Al principio no cruzaron más que unas
incómodas palabras de cortesía, pero poco a poco fueron dejando a un lado sus
apuntes y sus ensaladas para adentrarse en una conversación fluida que a los
dos les resultó muy gratificante. Aunque a primera vista no lo pareciera tenían
muchas cosas en común, y desde ese momento se hicieron inseparables.
Roberto
era para Giselle un excelente amigo siempre dispuesto a facilitarle la vida, a
hacerla reír o a endulzarle los duros momentos de nostalgia. Sus ojos negros e
intensos, sus fuertes brazos morenos y su sonrisa de niño travieso que esconde
un secreto le suscitaban confianza y ternura. El, sin embargo, veía en ella
mucho más que a una amiga, la deseaba dolorosamente sin atreverse a dar el paso
por temor a estropear las cosas entre ellos. Se obligaba a acortar las caricias
que le regalaba para hacerlas pasar por meros roces accidentales, jamás
permitía que lo descubriera mirándola embobado y desde luego no le dijo nada
acerca de sus sentimientos. Al menos no hasta aquella noche.
Giselle, Roberto y
los demás
Marisa
se sentía pletórica aquellos días. Se acercaba el final de curso y con las
vacaciones llegarían días de diversión y relax junto a su querido Roberto. Tan
feliz estaba que decidió dar una pequeña fiesta para él y sus amigos a modo de
despedida. “Algo informal, te lo prometo. No os molestaré; solo quiero que os
divirtáis”, le dijo al muchacho para vencer sus reticencias. Y realmente estaba
dispuesta a cumplir su palabra.
Fueron
llegando en pequeños grupos, ataviados con miradas brillantes, juventud y ganas
de vivir. Mientras tomaban el primer cóctel de la noche en la preciosa terraza
acondicionada para tal efecto, charlaban, reían y sobre todo se preguntaban
quién era aquella mujer atractiva y encantadora que los recibía y se presentaba
como una “amiga” de Roberto.
Giselle
llegó de las últimas, y a punto estaba su enamorado de ir en su busca cuando
atravesó el arco de hiedra del brazo de Marisa, que le hacía de guía hasta la
terraza. Sus vestidos, blanco y negro respectivamente, contrastaban de forma
deliciosa en sus cuerpos curvilíneos y armoniosos. Los altos tacones torneaban
sensualmente sus piernas, la ausencia casi absoluta de joyas realzaba lo
nacarado de sus pieles y un único halo de perfume envolvía sus pulsos.
Cualquiera hubiera podido decir que eran hermanas. Un fuerte latigazo de deseo
sacudió a Roberto ante la visión.
La
noche transcurrió al compás ligero y embriagador de la música de orquesta que
flotaba en el aire. La anfitriona se mantuvo en un perfecto segundo plano, como
había prometido, y solo hacía aparición
para encargar más vino o asegurarse de que todo seguía estando perfecto.
Saludaba discreta, sonreía y paseaba su innata elegancia entre ellos de vez en
cuando, como si fuera parte de la brisa en aquella cálida noche de junio. Tan
solo con Giselle cruzó algunas palabras en un par de ocasiones y fue porque la
chica se le acercó. Marisa lo atribuyó a la curiosidad y a la cortesía a partes
iguales.
Hacia
el final de la velada el ambiente se hizo más íntimo y algunas parejas comenzaron
a ocupar los rincones más discretos para hacerse confidencias. También las
había que enlazaban sutilmente sus cuerpos en la pista de baile sin que en
realidad prestaran atención a la música. El ambiente se cargaba de sensualidad
por momentos y Roberto se vio arrastrado por la atrayente marea. Se olvidó por
completo de que estaba en casa de Marisa y abordó a Giselle junto a la baranda
cuajada de jazmines. De hecho ella parecía absorta en profundos pensamientos,
quizás con un poco de suerte él fuera el protagonista de los mismos.
Pero
la declaración fue un completo desastre. La chica parecía más sorprendida que
halagada o feliz y solo acertó a responder entre balbuceos que ella no lo
sabía, que nunca se lo había imaginado, que lo lamentaba. Trató de hacerle una
caricia consoladora en la mejilla, pero él se apartó con brusquedad, le pidió
disculpas y se marchó sin despedirse de nadie.
Lo
que prometía ser una noche mágica para él y un evento divertido para ella
terminó con el balance de un corazón herido y una amistad rota.
Continuará...
Julia C.
Código: 1506194362133
Fecha 19-jun-2015 9:10 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Código: 1506194362133
Fecha 19-jun-2015 9:10 UTC
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