viernes, 19 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Sintiendo a destiempo (III)



Parte III – Sintiendo a destiempo

Roberto y Giselle

Su risa, eso era lo que más le gustaba de ella. Cuando la oía sus recuerdos lo llevaban directo al patio de su casa, allá en su tierra, donde una fuente cantarina adornaba con sonidos de hogar el silencio de la noche.

Giselle y Roberto se conocieron por pura casualidad en la cafetería de la Facultad. Antes de compartir mesa forzados por la falta de espacio a la hora punta, apenas habían reparado el uno en el otro. Al principio no cruzaron más que unas incómodas palabras de cortesía, pero poco a poco fueron dejando a un lado sus apuntes y sus ensaladas para adentrarse en una conversación fluida que a los dos les resultó muy gratificante. Aunque a primera vista no lo pareciera tenían muchas cosas en común, y desde ese momento se hicieron inseparables.

Roberto era para Giselle un excelente amigo siempre dispuesto a facilitarle la vida, a hacerla reír o a endulzarle los duros momentos de nostalgia. Sus ojos negros e intensos, sus fuertes brazos morenos y su sonrisa de niño travieso que esconde un secreto le suscitaban confianza y ternura. El, sin embargo, veía en ella mucho más que a una amiga, la deseaba dolorosamente sin atreverse a dar el paso por temor a estropear las cosas entre ellos. Se obligaba a acortar las caricias que le regalaba para hacerlas pasar por meros roces accidentales, jamás permitía que lo descubriera mirándola embobado y desde luego no le dijo nada acerca de sus sentimientos. Al menos no hasta aquella noche.

Giselle, Roberto y los demás

Marisa se sentía pletórica aquellos días. Se acercaba el final de curso y con las vacaciones llegarían días de diversión y relax junto a su querido Roberto. Tan feliz estaba que decidió dar una pequeña fiesta para él y sus amigos a modo de despedida. “Algo informal, te lo prometo. No os molestaré; solo quiero que os divirtáis”, le dijo al muchacho para vencer sus reticencias. Y realmente estaba dispuesta a cumplir su palabra.

Fueron llegando en pequeños grupos, ataviados con miradas brillantes, juventud y ganas de vivir. Mientras tomaban el primer cóctel de la noche en la preciosa terraza acondicionada para tal efecto, charlaban, reían y sobre todo se preguntaban quién era aquella mujer atractiva y encantadora que los recibía y se presentaba como una “amiga” de Roberto.

Giselle llegó de las últimas, y a punto estaba su enamorado de ir en su busca cuando atravesó el arco de hiedra del brazo de Marisa, que le hacía de guía hasta la terraza. Sus vestidos, blanco y negro respectivamente, contrastaban de forma deliciosa en sus cuerpos curvilíneos y armoniosos. Los altos tacones torneaban sensualmente sus piernas, la ausencia casi absoluta de joyas realzaba lo nacarado de sus pieles y un único halo de perfume envolvía sus pulsos. Cualquiera hubiera podido decir que eran hermanas. Un fuerte latigazo de deseo sacudió a Roberto ante la visión.

La noche transcurrió al compás ligero y embriagador de la música de orquesta que flotaba en el aire. La anfitriona se mantuvo en un perfecto segundo plano, como había prometido,  y solo hacía aparición para encargar más vino o asegurarse de que todo seguía estando perfecto. Saludaba discreta, sonreía y paseaba su innata elegancia entre ellos de vez en cuando, como si fuera parte de la brisa en aquella cálida noche de junio. Tan solo con Giselle cruzó algunas palabras en un par de ocasiones y fue porque la chica se le acercó. Marisa lo atribuyó a la curiosidad y a la cortesía a partes iguales.

Hacia el final de la velada el ambiente se hizo más íntimo y algunas parejas comenzaron a ocupar los rincones más discretos para hacerse confidencias. También las había que enlazaban sutilmente sus cuerpos en la pista de baile sin que en realidad prestaran atención a la música. El ambiente se cargaba de sensualidad por momentos y Roberto se vio arrastrado por la atrayente marea. Se olvidó por completo de que estaba en casa de Marisa y abordó a Giselle junto a la baranda cuajada de jazmines. De hecho ella parecía absorta en profundos pensamientos, quizás con un poco de suerte él fuera el protagonista de los mismos.

Pero la declaración fue un completo desastre. La chica parecía más sorprendida que halagada o feliz y solo acertó a responder entre balbuceos que ella no lo sabía, que nunca se lo había imaginado, que lo lamentaba. Trató de hacerle una caricia consoladora en la mejilla, pero él se apartó con brusquedad, le pidió disculpas y se marchó sin despedirse de nadie.

Lo que prometía ser una noche mágica para él y un evento divertido para ella terminó con el balance de un corazón herido y una amistad rota.

Continuará...

Julia C. 

Código: 1506194362133
Fecha 19-jun-2015 9:10 UTC
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