Los días pasan y
el papel preñado de tinta y momentos de mi vida se va amontonando sobre la
mesa. Es una visión escalofriante, porque cuanto más altura gana, menos
existencia creo que me queda. Apenas como, me cuesta conciliar el sueño. Solo
puedo pensar en esa blancura emborronada de letras temblorosas que más
seriamente amenaza con aniquilarme cuanto más la alimento.
He probado a
hacer cosas diferentes, a ocupar mi tiempo con mil actividades que después
pudiera redactar prolijamente. Incluso intento introducir nuevos personajes en
la representación teatral en la que se ha convertido mi vida. Quizás alguno de
entre ellos pudiera alterar sustancialmente su curso y darme, en el mejor de
los casos, algún capítulo de ventaja. Pero de nada sirve, es un burdo e
ineficaz intento de engaño: quien me manda no está interesado en nuevos
personajes y nada aparece sobre ellos en el texto. Yo creo que ya tiene
decidido el final y no está dispuesto a alterarlo, pero ni siquiera yo conozco
ese final.
Anoche soñé, como
todas las noches, supongo; pero lo novedoso es que en esta ocasión la luz del
día no se llevó consigo el recuerdo consciente. Creo que vienen en mi ayuda,
los sueños o quien los dirija, y me han ofrecido una solución, una forma de
salvarme del final de mi autobiografía.
Ha sido un sueño
largo, oscuro, encriptado en mil imágenes absurdas e inconexas, seguramente
para esconder a ojos y oídos peligrosos lo verdaderamente importante. Yo apenas
si me atrevo a pensarlo, no sea que el plan se malogre, pero intentaré reunir
el valor para llevar a cabo lo sugerido. Es mi última oportunidad.
Continuará…
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