Destapó
el frasco con parsimonia y se lo acercó a la nariz. Elena era fácilmente
impresionable, y como la etiqueta aludía a placeres y aromas orientales, ella
pudo reconocer al instante la esencia de argán. Cualquiera diría que le resultaba
la más familiar del mundo. Se deleitó unos instantes, sonrió y comenzó a sisear
dentro de la ducha de aquella forma tan suya.
Era un
juego, los dos lo sabían. Era el modo en que reclamaba la presencia de su
amante anticipando que tenía algo “divertido” en mente. El, siempre solícito
cuando de ser su cómplice se trataba, no tardó ni un minuto en hacer acto de
presencia en el dintel de la puerta del baño.
- ¿Me
llamabas, nena? ¿Necesitas algo? – en su voz ya se adivinaba el interés por
seguirle la corriente y descubrir lo que realmente deseaba –.
-
Quizás… ¿estabas muy ocupado?
-
Muchísimo, enfrascado en el ordenador con mil informes inaplazables.
- Vaya,
cuanto siento haberte interrumpido. ¿Entonces no tienes tiempo de probar esto
conmigo? – le mostraba el envase por encima de la mampara –.
- No sé
lo que es “esto”, pero por supuesto que no.
Al
tiempo que decía estas palabras ya estaba despojándose de la ropa, con la vista
fija en la silueta curvosa que el cristal traslúcido insinuaba. Todo eran risas
y picardía.
- Ya que
has sido tan amable y me has hecho un hueco en tu agenda, te voy a recompensar
con una exfoliación que no olvidarás. Nunca te lo harán mejor en ninguna cabina
de tratamiento ni en ningún spa. ¿Estás preparado?
-
Preparadísimo, aunque no tengo ni idea de lo que es eso de la exfoliación.
- Ni
falta que te hace, tú déjame a mí.
Elena
mojó el cuerpo de Héctor con verdadera dedicación, bebiendo a ratos de los
regueros que corrían por su pecho, lamiendo las gotas apenas tibias y
erizándole el vello. Después tomó un poco del exfoliante color barro entre sus
manos y comenzó a masajearle con él el torso, los brazos, la espalda. Eran
caricias rugosas, pero también muy estimulantes. Le pidió que cerrara los ojos
y se concentrara solamente en lo que sentía mientras ella aplicaba diferentes grados
de presión sobre la piel. Un suave olor dulce impregnaba ya toda la habitación.
Después
le acercó el frasco y recogiéndose coqueta la melena en la nuca, le pidió que
hiciera otro tanto con su cuerpo. Disfrutó de las manos grandes y vigorosas de
Héctor paseando sobre su anatomía. Suaves ronroneos que no supo contener hacían
de banda sonora para el deseo que poco a poco se iba desperezando entre
ellos.
La curva
de su espalda, la redondez de sus hombros, los blancos senos, el terso y cálido
abdomen, los muslos… fue especialmente cuidadoso porque, como ella le había
advertido al comienzo risueña, se trataba de retirar células muertas, no tiras
de piel tal cual. Lo que se había planteado como una tarde de trabajo en casa
estaba resultando mucho más relajante de lo previsto, pensó Héctor.
Tras
aclararse bajo el chorro de agua abrazados como un solo cuerpo, tras regalarse
besos y mordiscos en los labios mojados, tomaron sus albornoces y se dirigieron
a la cama. El tratamiento de belleza había terminado, pero no la diversión…
Julia C.
Código 1509055104293
Fecha 05-sep-2015 21:00 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Fecha 05-sep-2015 21:00 UTC
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