La vida de
Tonio no había sido fácil de un tiempo a esta parte, pero ahora más que nunca
se le mostraba como una sucesión de pruebas a superar, cada cual más difícil
que la anterior. Suerte que su fortaleza y el convencimiento de que deseaba
volver junto a Malena le daban fuerzas y un propósito.
Después
del efecto que causó en la joven la perspectiva de tener que enfrentarse a él y
a Jonás, el médico les prohibió a ambos visitarla hasta que no se encontrara
más recuperada del parto o hasta que no diera su consentimiento expreso. Nada
grave le sucedía, solo se trataba de que estaba agotada y de que no necesitaba
más emociones fuertes por el momento. A Jonás se le pasó por la cabeza alguna
triquiñuela para soslayar el veto y poder ver al bebé, pero Tonio insistió en
que debían respetar los deseos de Malena. No iban a recuperar su confianza
pasando por encima de ellos, ¿o es que no había aprendido nada? Se fueron a
casa y decidieron volver al día siguiente.
Lo primero
que hizo Tonio una vez en la calle fue tratar de contactar con Gloria. Tenía
que hablar con ella y aclarar las cosas de una vez por todas. Porque la
apreciaba a pesar de lo que hizo y porque en parte comprendía sus motivos, no
había tomado medidas hasta ahora; pero después de lo que pasó en el almacén estaba
claro que había llegado el momento. Lamentaba no poder corresponder sus
sentimientos, pero así debía ser si quería enderezar su vida. Ella tenía que aceptarlo
y, con el tiempo, seguro que encontraría a alguien especial que ocupara su
corazón. Merecía ser feliz, pero no con él.
El caso es
que no pudo localizarla y tampoco Marcos sabía de su paradero. A Tonio no le
quedó más remedio que contarle a su amigo lo que había pasado y ambos
supusieron, con buen criterio, que estaría enfadada y que necesitaría algún
tiempo para pensar. Decidieron concedérselo y dejarle un poco de espacio, pero
a la mañana siguiente tampoco se presentó al trabajo. Cuando comprobaron que no
había pasado la noche en casa empezaron a preocuparse y resolvieron buscarla.
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De nuevo
aquellas paredes blancas y ese penetrante olor a desinfectante, aunque en esta
ocasión no había motivo de esperanza, ni alegre espera, ni impaciencia por
tener noticias; ya sabían todo lo que había que saber y era demoledor. Al
parecer Gloria había fallecido horas después de ingresar en el hospital a causa
de las terribles lesiones originadas en el atropello. No estaba en condiciones
de hablar y no llevaba encima documentación alguna, así que no habían podido
localizar a la familia.
Cuando
Marcos salió de la sala donde había tenido que identificar el cadáver de su
hermana, no parecía más que una sombra del hombre que había sido hasta
entonces. Tenía arrugas recién nacidas surcando profundas su piel y los ojos,
hinchados por el llanto, ya no eran los suyos; la espalda encorvada y los puños
crispados terminaban de componer la estampa de derrota que contempló Tonio
impresionado. Se puso en pie de inmediato y se acercó a consolar a su amigo,
pero éste levantó la cabeza para enfrentarse a él con auténtico odio y le lanzó
un fuerte puñetazo a la mandíbula. Como quien escupe las palabras en lugar de
pronunciarlas le dijo “esto ha sido culpa tuya”. Después le dio la espalda y se
marchó arrastrando los pies y su pena.
Tonio
acusó mucho más el dolor de aquella sentencia que el del golpe en sí y se dejó
caer en la silla de nuevo, aturdido y con lágrimas en los ojos. Si hasta ahora
se había conservado más o menos entero había sido para poder apoyar a Marcos,
pero ahora que estaba solo y que le habían escupido la verdad a la cara, ya no
tenía motivos. Sentimientos de impotencia, culpa y arrepentimiento se
apropiaron de su mente como un cáncer maligno y se vio a sí mismo convertido en
el hombre más despreciable del mundo. Era verdad, la muerte de Gloria estaba
sobre su conciencia y tendría que vivir con ello el resto de su vida. Quizás
por eso, para castigarse y ver cuánto más podía soportar, se obligó a entrar en
aquella sala de muerte y a despedirse de ella. También le pidió perdón, aunque
a esas alturas no sirviera de nada.
Estaba desesperado,
no encontraba consuelo y solo podía pensar en una cosa: reposar la cabeza en el
regazo de Malena. Tal vez así evitaría volverse loco.
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Llamó
suavemente a la puerta usando los nudillos y esperó una respuesta que no se
produjo. Entonces decidió aventurarse y la empujó tímidamente para asomar la
cabeza. Malena estaba amamantando a Elisa sentada en una butaca, bajo la
ventana, y ni siquiera se había percatado de la llamada. Lo cierto es que cuando
tenía a su bebé en los brazos el mundo entero se borraba para ella. Era una
estampa tan balsámica que parecía irreal después de los duros acontecimientos
recién vividos por Tonio; imposible que ambas cosas pudieran suceder al mismo
tiempo en su vida.
Aún
pasaron unos instantes antes de que Malena levantara la cabeza y le viera. El
no hizo nada, no dijo nada, tan solo admiró la belleza perenne de aquella mujer
que sentía como una parte de sí mismo. Al momento reconoció en su pecho la
marea de admiración y amor que solo ella, y a partir de ese momento también su
hija, sabían despertarle.
La mujer, por
su parte, se sobresaltó y tuvo el impulso de pedirle airada que se marchara de
inmediato, pero al observar la expresión de su rostro y su mejilla hinchada, no
fue capaz. Continuó con la dulce tarea de alimentar a su hija y le permitió a él
vivir también ese momento.
Código 1603146909993
Fecha 14-mar-2016 19:10 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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