La chica se contoneaba insinuante mirándole a los ojos y
humedeciendo sus labios de forma lasciva. La conexión de sus miradas y el
acompasamiento de sus respiraciones, ligeramente agitadas, era total. A Tomás
se le antojaba que las ondas hipnóticas que ella era capaz de describir con el
vientre, adornado con una pequeña piedra roja en el ombligo, eran en sí mismas
una promesa de placer infinito. Se dejaba ir en ellas como en trance, mecido
por el oleaje de piel morena y fragante que espoleaba sus más ardientes
fantasías. Deseaba acariciarla, ser él quien le quitara las minúsculas prendas
que vestía, comérsela a besos… pero había normas en aquel juego y solo se le
permitía mirar.
Hacía mucho que había descubierto que su verdadero nombre
era María, por más que ella insistiera en que la llamara Tania. Él obedecía
porque deseaba complacerla a toda costa, pero de buena gana hubiera gritado su
nombre verdadero a los cuatro vientos; tan hermoso le parecía.
En cierto momento, cuando ya solo purpurina y un delicado
tanga color champagne cubrían su cuerpo, la música cambió de registro y se hizo
más pausada y evocativa si cabía; una voz muy negra y una trompeta mágica
llenaban ahora la sala de acordes acariciadores. Tania insistía en que no podía
aceptar regalos de los clientes, en que eso la comprometía, pero María sí se
quedó con aquel recopilatorio de baladas del gran Louis Armstrong que Tomás le
trajo un día. Al fin y al cabo era su amigo, aunque fuera a ratos perdidos en
el callejón de atrás mientras se fumaba un pitillo.
Una traviesa sonrisa de complicidad curvó sus labios en
flor tras lanzarle besos rojos como pétalos que la melodía transportó de boca a
boca. Era su forma de darle las gracias. Al instante algo parecido a una
corriente eléctrica sacudió cada terminación nerviosa de Tomás. Qué no hubiera
dado por arroparla con su fornido cuerpo y arrancarla para siempre de aquel
escenario, por hacerla olvidar para siempre los sinsabores de su vida pasada,
por memorizar su tacto sedoso en cada recoveco, por escuchar sus desperezos
cada mañana al llevarle la bandeja con el desayuno. Pero sabía que todo eso no
constituía más que el mejor de sus sueños.
Ahora ya no le miraba solo a él, la música había perdido
su magia por completo y Tania recogía sonriente y provocadora las propinas del
respetable. Él se retiró antes de tener que ver cómo aquellos malditos billetes
compraban lo que para él no tenía precio. De todas formas María ya no estaba
allí.
Julia C.
Este relato, con ligerísimos cambios incluidos a
posteriori, se ha presentado a concurso en el “IV certamen literario. Erotismo
y Romanticismo” convocado simultáneamente por la Comunidad Relatos Compulsivos y Radio
Vérsame Mucho, obteniendo el diploma destacado que os muestro de la
segunda.
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