Ella
no solía trabajar fuera de su zona pero el cliente, un hombre bien entrado en
años y de aspecto inofensivo, le había asegurado que estaba dispuesto a darle un
plus generoso si lo acompañaba a casa. No quería que se ocupara de él, sino de
su esposa.
Cuando
Mina conoció la historia al completo le resultó extraña, pero en su profesión
se veía y se oía de todo y ya estaba curada de espanto. Además, qué demonios,
el dinero le hacía mucha falta y con tontos escrúpulos no llegaría a fin de
mes. Fue una negociación muy sencilla, casi le dio pena aplicarle aquella
tarifa abusiva al pobre anciano.
El
piso era lujoso y estaba en un buen barrio, pero resultaba siniestramente
decadente y olía raro, como a medicinas. Guardó su dinero, cobrado por
adelantado según sus propias normas, se puso la ropa que él le dio y se preparó
para entrar en la habitación de la enferma. Tendría que añadir el hacer
realidad las fantasías lésbicas de una desahuciada a su catálogo de
“prestaciones”. Era un pensamiento macabro, como todo esa noche, pero
curiosamente la hizo sonreír y le infundió algo de valor.
El
cuarto estaba en penumbra y apenas si conseguía ver algo, solo una pequeña
lámpara de mesa cubierta con un pañuelo aportaba algo de luz a la estancia.
Además tuvo la clara sensación, en cuanto abrió la puerta, de que allí aquel
extraño olor se hacía más patente que en el resto de la casa. Ahora creía poder
identificarlo: o mucho se equivocaba o aquello era formol. Trató de
sobreponerse a las náuseas y confió en que pronto no lo notaría siquiera, como
pasaba con el sudor agrio de algunos clientes, pero su curiosidad empezaba a
rozar el alarmismo.
“Venga,
no te quejes tanto, esto es lo que hay. Seguro que la pobre mujer es un encanto
y estás en la calle en un periquete”, se dijo moviendo los labios sin voz mientras
abrochaba hasta arriba la fila de botones de su antierótico camisón de franela,
tal y como le había pedido el anciano. Suspiró hondo, se metió en su papel a
pesar de la indumentaria y caminó insinuante hacia la cama.
En
un último chispazo de consciencia antes del golpe comprendió de súbito que ella
sustituiría a aquel cuerpo agusanado entre las sábanas y que el formol pasaría
a ser su nuevo perfume por una buena temporada. Si ya le decía su compañera Pili
que era demasiado confiada y que a pesar de las apariencias, los viejitos eran
los peores…
Quizás
habría sonreído por la ocurrencia de ese último pensamiento, pero no tuvo tiempo.
Julia
C.
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