No todo iba sobre ruedas en la vida de Alberto, pero al menos en lo profesional su creatividad había tenido un maravilloso repunte. Las ideas brotaban con fluidez de su mente y la campaña publicitaria de la fragancia que su empresa debía promocionar, se perfilaba como un éxito. Le bastaba pensar en Gina, cosa que de todos modos no podía evitar, y plasmar en imágenes lo que ella le inspiraba.
Después de aquel primer café
la llamó en alguna ocasión más para invitarla al cine o a tomar una copa, pero
la respuesta siempre había sido la misma: “lo siento muchísimo, me encantaría
pero estoy ocupada”. Educada pero distante; exasperantemente reticente a verle
de nuevo. ¿Qué demonios pasaba por la cabeza de aquella chica? Hubiera jurado que
hubo química por ambas partes y sin embargo ahora ella se comportaba como si no
tuviera el más mínimo interés. Bueno, al menos no le había eliminado de
Facebook, algo era algo.
Alberto tenía recursos y
experiencia de sobra para impresionar a una mujer, pero estaba seguro de que
con ella no funcionaría lo de llevarla a navegar en su barco o una propuesta de
fin de semana en su chalé de la sierra. Tenía que esforzarse un poco más y
tratar de entrar en su mundo porque estaba claro que a ella no le interesaba el
suyo. ¿Y si le pedía ayuda? Parecía el tipo de persona que no puede resistirse
a eso, así que decidió intentarlo. Antes de marcar el número ensayó su mejor
tono profesional: cordial pero un poco distante.
─Buenos días, Gina, soy Alberto Ruiz, ¿qué tal
estás?
─Ah hola,
Alberto. Bien, bien, estoy bien, gracias. ¿Querías algo? ─No lo dijo con irritación, pero tampoco con la chispa de alegría que tanto
le hubiera gustado a él.
─La verdad es que sí, perdona que te moleste, pero sería genial si
pudieras echarme una mano con un tema de trabajo. Sin compromiso, claro, solo
si puedes. “Ahora es cuando me dice que está ocupadísima y se despide
amablemente” ─Pensó Alberto con los dedos cruzados y los ojos cerrados en una
plegaria.
─¿Ayuda? No sé, ¿en qué podría yo ayudarte? ─Gina dudaba
de la sinceridad de Alberto, pero notaba que sus defensas empezaban a caer. Era
culpa de Martina por animarla a quedar con él, seguro. Ya ajustaría cuentas con
ella luego.
─Algo relacionado
con la música, claro. Tú entiendes de música, ¿no?
─Ah, bien. Sí, algo entiendo. ─Aquello tenía sentido, no parecía una mera excusa
para contactar. Casi se sintió decepcionada─. Pues tú dirás.
─¿Concertamos
una reunión y te cuento? Si el tema te interesa a los dos nos puede convenir.
Alberto colgó el teléfono más que satisfecho.
Había tenido buen cuidado de no mencionar la palabra “cita” para no levantar
suspicacias y había funcionado. Hubiera saltado de emoción, pero siendo de
cristal las paredes de su despacho no le pareció buena idea dejarse llevar.
********
Gina llegó puntual a la
cafetería del hotel, pero él ya estaba esperándola desde hacía rato. Por una
vez había dejado a un lado los vaqueros y había aceptado los consejos de su
amiga Martina, quien, completamente emocionada ante la perspectiva de la cita,
había puesto a su disposición su extenso ropero y sus conocimientos de moda.
Fiel a su estilo Gina iba sencilla, con el pelo recogido en una trenza baja que
dejaba algunos mechones de pelo sueltos enmarcando su rostro, apenas maquillado.
Una falda negra estrecha, justo por encima de las rodillas, y una camisa color vainilla
de mangas amplias completaban el conjunto. Con el calzado no transigió por más
que Martina le rogó: nada de tacones, sus sabrinas favoritas tendrían que
servir.
Alberto se esforzó por
borrar al instante su sonrisa embobada cuando la vio aparecer. Se levantó para
recibirla, le estrechó la mano como hubiera hecho con cualquier colaborador y
la invitó a sentarse. Al fin uno frente al otro de nuevo.
La propuesta de Alberto era
ciertamente interesante: componer una melodía basada en una fragancia. Si
resultaba la mitad de bien de lo que él preveía, y su olfato pocas veces
fallaba, sin duda sería lo que andaban buscando. No cabía duda de que era un reto
estimulante y novedoso.
─¿Por qué yo? ¿Es que no tenéis compositores en
vuestra empresa para estas cosas?
─Lo cierto es que no; para cada trabajo buscamos
a la persona adecuada. Si no creyera que el producto es acorde a tu
personalidad y a tu forma de concebir la música, no nos servirías. Siempre
andamos a la búsqueda, nunca sabes dónde vas a encontrar. A ti, por ejemplo, te
encontré dentro de una tarta de cumpleaños. ─Por primera vez en toda la
conversación Alberto se permitió el lujo de llevar el tema a lo personal y lo
cierto es que disfrutó con el ligero azoramiento de ella─. Luego están la investigación, la intuición profesional…
─Ya veo ─dijo Gina pensativa
mientras le miraba fijamente y una levísima sonrisa curvaba sus labios─. Se le pasó por la cabeza preguntarle acerca de la supuesta
“investigación” que había hecho sobre ella, pero el trabajo le interesaba tanto
como el dinero que podía reportarle y decidió mantener la boca cerrada.
─Si aceptas es el momento de brindar por una
fructífera colaboración. No más café, ¿un licor quizás?
Ninguna
mujer hubiera podido resistirse al gesto varonil y a la vez delicado de aquella mano de dedos largos
suspendida en el aire mientras llamaba al camarero, ni a aquella mirada en
tonos verdes que se paseaba por su rostro como por su casa, buscando no sabía
bien el qué. A lo mejor lo descubría si se tomaba esa copa con él…
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