Relato
escrito para el IV certamen literario convocado por Vérsame Mucho a través de
Radio Mandala y la Comunidad Relatos Compulsivos, Comunidad ésta última donde
resultó ganador.
Todo había terminado pero los asistentes
parecían reticentes a marcharse. Exhibían sus elegantes ropas negras entre las
lápidas como lo que eran, cuerpos vivos pero sin alma; quizás por eso se
encontraban tan cómodos allí.
Muchos se agruparon en corrillos para
murmurar, revestidos de prejuicios y desconocimiento pero altaneros, como si
tuvieran algún derecho a opinar siquiera. Supongo que la discreción y el
respeto por el muerto eran un lujo que su ridiculez moral no podía pagarles. Yo
les escuchaba casi en trance, a cierta distancia, dejando que sus punzantes
palabras cayeran sobre mis hombros apesadumbrados como una lluvia de agujas
diminutas.
“¡Qué espantosa tragedia haber encontrado el
cuerpo días después del fallecimiento!, ¡terrible que no hubiera habido nadie a
su lado para reconfortarle!, ¡gran afrenta a la dignidad el estado de
descomposición de su carne expuesta al sol!, algún día tenía que pasar viviendo
solo en pleno bosque, ya no tenía edad, ¡qué irresponsable!”.
No veían más allá de sus narices, era
evidente, y yo no lograba entender qué hacían en el funeral de mi padre, el
único hombre verdaderamente libre que yo haya conocido nunca. Quizás es que sus
verdaderos amigos y los amores de su vida, aquellos que realmente comprendían y
compartían su forma de pasar por el mundo, no entendían de despedidas. Para
ellos solo contaba la celebración de la vida.
También murmuraban sobre mí, al parecer les
ofendía mi vestido multicolor cuajado de flores: “¡pésima elección para un
funeral!, ¡una atroz falta de respeto!”. Seguían sin entender nada, pero no me
importaba. Yo sé que no habría podido rendirle mejor tributo a un hombre que
murió como vivió, en comunión absoluta con la Naturaleza, y que nunca habría
permitido que una sola flor fuera cortada para adornar su féretro.
Mi padre ya no está conmigo como solía, pero
ahora forma parte de la brisa que me acaricia, la tierra que piso, el agua que
viaja en las nubes; ahora él forma parte de todo cuanto amó y yo puedo seguir
amándole a él a través de aquello en lo que se ha convertido.
Julia C.
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