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Canela lamió la mano lánguida que sobresalía del brazo de la hamaca y Gina
abrió los ojos, abandonando el placentero letargo en el que se hallaba sumida.
Siempre que podía se regalaba unos minutos de descanso en aquella esquina de la
terraza donde la brisa tenía por costumbre cambiar de dirección, ofrecerle
suaves y gratificantes caricias, arremolinándole el cabello como un sutil
masaje. Ella decía que eso ponía en funcionamiento sus neuronas y que la
inspiraba para componer más que ninguna otra cosa. Lástima que el cachorro no
sintiera la misma afición y tratara siempre de hacerla levantar para que jugara
con él.
─Vale, ya voy.
¡Qué trasto eres, Canela! A ver si creces pronto y te haces un perro
responsable, tranquilo y empático con las necesidades de tu ama ─Acompañó sus palabras con
una sonrisa burlona y una caricia en la cabeza del animal─Vamos a dar un paseo, a ver si luego me dejas
trabajar un poco.
Gina aún no estaba muy familiarizada con el barrio, pero había localizado
un parque a no demasiada distancia donde podía llevar a Canela sin preocuparse
de que molestara a nadie. De hecho era un espacio habilitado para mascotas
donde tanto el cachorro como ella empezaban a hacer nuevas amistades. Mientras
se dirigían hacia allí a buen paso, disfrutando del precioso día de primavera,
la joven no pudo evitar pensar en lo feliz que se sentía y en cómo había cambiado
su vida desde aquella noche.
**************
Gina se quedó paralizada en
mitad de la acera observando cómo se alejaba el mensajero. No podía apartar la
vista de él como no podía procesar las implicaciones de lo que acababa de
decirle: “Hable con él. Él está dentro esperándola”. Imaginaba perfectamente de
quién podía tratarse, pero no era posible, ¿o sí? Ahora todo lo que Martina
había estado haciendo y diciendo en los últimos días y esa misma noche,
adquiría sentido; comprendió que la había juzgado muy injustamente. Tanto por
asimilar, tantas emociones golpeando su pecho casi la hicieron sentir vértigo.
Sopesó la idea de
marcharse, de escapar de una situación que la angustiaba, pero luego se
sobrepuso, respiró hondo y decidió que no estrenaría ese nuevo año de vida
siendo una cobarde. Aquel asunto se resolvería esa misma noche definitivamente.
Alberto ocupaba el sitio de Martina en la mesa que ambas habían compartido
momentos antes. Reconoció al instante su espalda ancha, su cabello ondulado del
color del trigo, la postura erguida que transmitía seguridad. Un camarero como
salido de la nada se acercó a ella solícito para hacerse cargo del cachorro. Le
aseguró que no había problema, que todo estaba bien y que podía sentarse a
cenar tranquila. Hubiera jurado que Giuseppe espiaba el vestíbulo del
restaurante desde la puerta abatible de la cocina. Ya no tenía más excusas, así
que echó hacia atrás los hombros y recorrió despacio la distancia que la
separaba del hombre que había entrado en su vida para ponerla del revés.
Alberto hizo ademán de levantarse en cuanto la intuyó a su lado, pero ella
se lo impidió con un leve toque en el hombro. Ocupó su sitio, alisó ligeramente
las arrugas del mantel alrededor de su plato y por fin se atrevió a enfrentar
sus ojos a los de Alberto. Ternura y deseo a partes iguales sacudieron su cuerpo
como un tsunami; ni rastro del recelo o la animadversión que se había estado
empeñando en sentir desde hacía semanas. “Al final, por más que nos empeñemos,
el corazón tiene sus propios planes”, pensó.
Él tampoco dijo nada, pero se inclinó ligeramente hacia ella por instinto, pareciendo que la envergadura de su cuerpo se
reducía, que se hacía más pequeño. Expresaba sin querer el deseo de abrazarla.
Tal y como sucediera en aquella primera cita en la que se conocieron, los
mutuos silencios y las miradas se iban anudando y cargándose de significado; el
temblor en los labios y los fuegos artificiales de sus pupilas hablaban de
muchas emociones contenidas que ambos supieron interpretar a la perfección. Ajenos
al mundo, apenas se dieron cuenta de que el camarero llegaba con una nueva
botella de vino y lo escanciaba sin preguntar. Después se retiró discretamente,
como correspondía.
─Feliz cumpleaños, Gina ─dijo Alberto levantando su copa con una sonrisa
aún insegura en los labios─ No te imaginas lo que
significa para mí poder hacer este brindis contigo, tengo tanto que decirte…
─Habrá tiempo, Alberto. Que
estemos aquí los dos ya aclara muchas cosas. Ahora será mejor que disfrutemos
de la cena y demos buena cuenta de ella o nos las tendremos que ver con
Guiseppe. Creo adivinar que también él ha tenido su parte de responsabilidad en
este encuentro ─Al joven le pareció que el
gesto dulce que acompañaba aquellas palabras iluminaba el local como mil
bombillas incandescentes. Respiró profundo, convencido, ahora sí, de que todo
se arreglaría.
*************
El suave zumbido del móvil sacó a Gina de sus ensoñaciones; estaba
totalmente distraída recordando y viendo a Canela corretear por el parque.
─¿Sigue en pie lo de esta
noche? ─Martina siempre iba al
grano cuando se traía algo entre manos.
─Hola a ti también…
─¡No seas plasta, tía! Tengo
en la mano un vestido de infarto con el que estoy divina, pero si no hay cena
con Víctor no me lo compro.
─Debo haberme perdido algo,
¿no eras tú la que decía que todos los amigos de Alberto eran todos unos
subnormales estirados? ─No había nada que divirtiera
más a Gina que pillar a la pelirroja en un renuncio, cosa nada fácil porque
ella tenía salidas para todo.
─Lo dije y lo mantengo,
¡Víctor es mi buena obra del día! ─Las dos jóvenes estallaron en carcajadas al unísono.
─Sí, Martina, sigue en pie.
Nos vemos a las nueve en casa, y no te adelantes o llegarás antes que el anfitrión.
─Tu novio es un rollo con
tanto trabajar, ¿lo sabías?. Si no fuera porque vivir con él te hace feliz…
─Sí, Martina, me hace muy
feliz, ¡y tú también! ─Gina había adquirido
recientemente la costumbre de expresar sus sentimientos hacia la gente que
quería; su historia con Alberto le había enseñado que era importante.
─Vale, ¡hasta luego
entonces! ─Habían transcurrido unos
segundos antes de que Martina acertara a contestar; aún le costaba un poco
aceptar que le dijeran que la querían sin ningún motivo. Colgó.
Gina se levantó para ir en busca de Canela. Tenía algunos encargos que
hacer si quería que todo estuviera listo para la cena. Pensaba en un postre muy
especial solo para Alberto y para ella…
Julia C.
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