Si quieres leer la primera parte pincha aquí
Andrés encontró la nota junto a la
caja de los cereales que desayunaba cada mañana; ella ya se había marchado al
trabajo. Leyó atento el mensaje escrito con caligrafía puntiaguda e inclinada
inconfundiblemente a la derecha y no pudo evitar el placentero escalofrío que
le recorrió la espalda. Como el gato goloso que era en todo cuanto tenía que
ver con Mirella, se relamió de anticipación. Dobló nuevamente el papelito perfumado
color salmón, lo guardó en su maletín y se sirvió una ración de trigo en el
bol. No tenía un espejo a mano, pero imaginaba su sonrisa boba como si la
estuviera viendo.
Ese día cumplía años, cincuenta para
ser exactos, y lejos de pasar el día dándole vueltas a lo que suponía alcanzar
una nueva década, ella se había encargado de que tuviera la cabeza ocupada con
algo mucho más edificante y divertido. Realmente su mujer era única organizando
sorpresas. Mucho le iba a costar estar a la altura cuando llegara el momento de
corresponder, serio de naturaleza y poco imaginativo como era, pero ya pensaría
en eso cuando tocara. ¡Hoy era su día y le habían propuesto una cita romántica!
“Buenos días, amor, ¡y feliz cumpleaños!
Tengo un regalo para ti; te lo daré esta noche en el
hotel Baviera, habitación 505, a las 21:00 h. Las vistas a la bahía son espectaculares,
ya lo comprobarás. Ponte cómodo, sírvete una copa y espera. En recepción te
darán la llave sin problemas, he dejado instrucciones.
¿Recuerdas cuando éramos novios y jugábamos a que nos
encontrábamos por la calle después de años de no vernos? Así podíamos ser
quienes quisiéramos, inventar mil y una vidas, sorprendernos mutuamente, tener
muchos primeros encuentros llenos de expectación. Después jamás hablábamos de
aquellas citas locas, de aquellas tardes de risas y sábanas revueltas; era como
si no hubieran existido nunca. Y volvíamos a nuestra vida en común plena, llena
de secretos cómplices.
Espero que aún te guste jugar… y no olvides respetar las
normas. Lo que pase en el hotel Baviera esta noche, será uno de esos secretos
compartidos de los que no hablaremos nunca.
¡Hasta la noche!
Te quiero.
Mirella”
Había sido una jornada de trabajo
endemoniada, de ésas que acaban con el buen humor y la paciencia de cualquiera,
pero a Andrés se le había hecho un paseo. Él tenía un antídoto al desánimo ese
día y cuando al fin se acomodó en la suite, sentado frente al ventanal copa en
mano, casi se notaba levitar. “Al cuerno el jefe y al cuerno los clientes. ¡Por
otras cincuenta noches como la que me espera hoy!”. Al tiempo que echaba el
último trago, excitado como si tuviera veinte años, Naisha usaba su llave para
abrir la puerta de la habitación.
En un principio pensó que aquella
mujer, por alguna extraña razón, se había equivocado de suite y había logrado
abrirla. Fue muy embarazoso para él pedirle explicaciones, pero bastó que ella
le entregara otra nota de la propia Mirella para silenciarle en el acto.
“Querido mío:
Jamás me has devuelto un regalo en todos estos años, pero
para todo hay una primera vez. Siéntete libre de ser quien quieras y hacer lo
que realmente desees, incluso volver a casa en este preciso instante. Naisha lo
comprenderá y yo estaré esperándote, como siempre.
Solo puedo decirte que si te quedas a disfrutar de la
velada y te tomas la molestia de quitar el envoltorio al regalo, te gustará lo
que hay debajo. Lo elegí especialmente pensando en ti.
Con todo mi amor,
Mirella.”
Andrés levantó la vista y encontró
frente a sí un par de ojos color ámbar que le observaban con una pizca de coquetería,
como retándole. El maquillaje los hacía parecer profundos, casi hipnóticos. No
atinaba a decir nada, bloqueado como estaba tratando de asimilar la situación,
hasta que ella le devolvió a la realidad con un gesto de la mano que hizo
tintinear sus pulseras.
─¿Y si cenamos, Andrés? Conozco personalmente al chef
del hotel y te aseguro que es brillante. Está todo dispuesto.
─Sí… sí,
claro… como tú quieras ─¿Qué otra cosa podría haber dicho sin resultar
grosero? Además, ella parecía tan segura, tan solícita, y él comenzaba a estar
tan hambirento…
Naisha sonrió y se giró con
desenvoltura en dirección al teléfono para pedir que subieran la cena. Contaba
con que Andrés la observara detenidamente mientras le daba la espalda, así que
caminó despacio sobre sus sandalias de tacón vertiginoso. Más parecía una gata
que una mujer. La abundante melena negra, recogida a un lado de la cabeza con
un pasador de fantasía, dejaba al descubierto un hombro perfecto de reflejos
nacarados a la luz de la lamparita. Sin duda sabía lo que se hacía, porque a
esas alturas Andrés apenas si era ya capaz de ver otra cosa que no fueran sus
curvas sinuosas enfundadas en el vestido azul tinta que había elegido para la
ocasión.
Se guardó en el bolsillo la nota
de Mirella y se acercó al amplio ventanal para correr de nuevo las cortinas. Estaba
seguro de que su hambre no se saciaría solo con comida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir no te lo calles. Este es un sitio para compartir :)