Él es escritor. Es una profesión
difícil porque, aparte del talento natural que cada cual pueda tener, supone
convivir con esas extrañas criaturas que son las Musas y estar siempre a
expensas de sus caprichos. Eso puede sacar de quicio a cualquiera, especialmente
las temporadas en que se muestran esquivas y traicioneras, como parece ser la
situación actual en el caso de mi marido. No todos los que se dedican al oficio de
contar historias tienen el apoyo incondicional de la pareja, pero él sí. Yo
siempre he estado a su lado, siempre he procurado ayudarle en todo y ya que no
soy su fuente de inspiración desde el día después de nuestra boda (cosas del
genio de los escritores) procuro al menos darle buenos consejos sobres las
tipas ésas, las Musas. Al fin y al cabo yo soy mujer y puedo entenderlas mejor,
¿no?
Al principio me escuchaba con la
sonrisa en los labios, quizás con un deje de condescendencia, y trataba de
explicarme que “no funcionaba así, que no se las podía sobornar con champán
caro y vestidos de moda”. Más tarde y ante mi insistencia en ayudarle con
nuevas y originales propuestas, intentaba evitar el tema. Ahora hemos llegado
al punto en que parece francamente irritado si consigo traerlo, como de forma
casual, a la conversación (y debo decir
que lo intento con frecuencia, tanto es lo que me preocupo por él y por su
carrera). El caso es que ante su cabezonería y mi impotencia, se ha secado la
fuente: ¡hace dos largos años que esas ingratas no le visitan y no consigue
publicar nada!
No es que necesitemos el dinero con
urgencia, tenemos unos ahorros y algunas propiedades que yo heredé a
la muerte de mi padre y que podríamos vender, pero es que él necesita trabajar
y yo necesito saberle realizado. Al fin y al cabo es Mi Hombre y no puedo consentir
que sea infeliz por culpa de Otras, ¡hasta ahí podíamos llegar! Hago y haré
siempre todo lo necesario.
Así estaban las cosas cuando esta
mañana, después de su acostumbrado paseo, ha subido las escaleras como una
exhalación, directo a su despacho, ¡y sin darme ninguna explicación! He tenido
que enterarme registrando sus cosas de que piensa presentarse a un concurso
titulado “Brujas”. No se me antoja un tema muy original y la verdad es que me
gustaría que me lo hubiese comentado, pero parece que a él le motiva y eso es lo
importante.
Nunca me deja leer sus trabajos
antes de publicarlos o de haberlos presentado a los certámenes, dice que se
rompería el vínculo sagrado que mantiene con sus obras, el cordón umbilical que
las preserva de toda contaminación exterior. No sé por qué dice eso, yo soy una
mujer limpia y aseada, además de culta y sensata, ¡nunca se me ocurriría tocar
un manuscrito con las manos sucias! A veces confieso que me suena a excusa para
mantenerme al margen de lo que hace, pero lo respeto. Me uní a él en lo bueno y
en lo malo y a pesar de sus manías no pienso faltar a esa promesa.
Las cosas van mucho mejor, ya han
empezado a cambiar, y aunque no quiero decir nada al respecto, siento que yo
tengo mucho que ver en ello. Como esposa abnegada y generosa que soy callo
prudente para no robarle su momento y le acompaño a recoger el sustancioso
premio económico que ha ganado en el concurso sobre “Brujas”. Los dos vamos muy
guapos, estrenando de pies a cabeza, ¡es una gran ocasión! Me he hecho las uñas
y las mechas, no quiero ser menos que ninguna de las otras acompañantes
femeninas. Además, también es un poco mi fiesta. Él debe de encontrarme
irresistible aunque no diga nada: me ha dejado cogerme de su brazo de buen
grado y posamos juntos para las fotos de la prensa. Se nota que está feliz. Lo
más emocionante será cuando lean un fragmento de su relato y al fin pueda saber
más sobre su brillante obra, ¡estoy tan impaciente!
Lo he meditado largamente, no quería
dejarme llevar por el enfado del momento, pero está decidido: él no merece mis
desvelos ni mi ayuda. ¡Apenas puedo creer que la bruja de su relato estuviera
inspirada, palabra por palabra, en mí! ¿Licencias de escritor?, ¿parecidos
“casuales” entre la protagonista y yo? ¿demasiada susceptibilidad por mi parte?
Estupideces, es así exactamente como él me ve; pero lo va a lamentar.
Está algo demacrada por la falta de
sol y quizás un poco más delgada, aunque quiero que conste que me he esforzado
por alimentarla correctamente. Dejarla salir afuera, como es natural, no podía.
Él tenía razón en que “las cosas no funcionaban así” porque no se atrae a una
Musa con champán y vestidos de moda, sino con canapés de salmón ahumado y
bombones de guindas con licor. Tanto tiempo y esfuerzo para averiguarlo, tantos
intentos fallidos antes del éxito y ahora que por fin conseguí capturar a una
la voy a tener que soltar.
¡A ver cómo consigue escribir algo
decente mi “querido” esposo sin la musa en el sótano!
Julia C.
Este relato ha obtenido una mención honorífica al quedar en el cuarto puesto en la convocatoria de noviembre del concurso "El Tintero de oro".
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