Refugiada en un rincón, con las rodillas abrazadas, temblando
espasmódicamente. A la vista de todos y sin embargo invisible.
Aquel maremagnum de policías, investigadores y forenses obviaban su
pequeño y frágil cuerpo a la existencia. No tenían tiempo para ella, solo para
buscar el arma homicida. Era imperativo encontrar el puñal que puso fin a las
vidas del Gobernador y de su fulana de turno.
Lloraba, sus enormes y profundos ojos negros lucían anegados por la
pena de haber perdido a su padre, quizás no tan amante y dulce como debiera,
pero el único que ella tenía.
La tez blanca, casi translúcida; los labios morados como lirios
recién marchitados; la carne fría como noche de invierno; el cuerpo encogido
sobre sí mismo como si fuera a desaparecer. A nadie le extrañó, era una
huérfana más en el saldo de la mafia. No corrían buenos tiempos para la
compasión.
Continuaba el trajín, el murmullo irrespetuoso y soez de aquellos
hombres que invadían su casa sin miramientos, la luz de las sirenas entrando
por la ventana a ráfagas. Ninguna sonrisa, ninguna caricia para ella.
Aún cuando
la mancha carmesí se había extendido más allá de su camisón rosado,
conquistando así las baldosas del suelo más próximas y sus últimos suspiros,
tardaron en darse cuenta.
“¡¡La niña,
el puñal está clavado en la niña!!”
Código: 1504113821310
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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