sábado, 2 de mayo de 2015

Para todas las "Nenas" del mundo

cuento-vitíligo


Se llamaba Magdalena, aunque todos en casa la llamaban Nena. Era una niña risueña y traviesa que siempre andaba con la sonrisa en la boca y un toque pícaro en los ojos, inventando juegos en los que implicaba con facilidad a sus padres o a sus abuelos. ¡Imposible resistirse a aquel torbellino de imaginación! Realmente era la alegría de la casa y de sus mayores.

Nena tenía el cabello muy negro, los ojos castaños y la piel morenita; a buen seguro que sería una hermosa mujer el día de mañana. Convencida estaba de ello cuando se miraba en los espejos y le venían a la cabeza los muchos piropos que todos le decían. Ponía morritos, se hacía un guiño y salía corriendo a toda velocidad, como era su costumbre, en busca de algún nuevo juego que poner en práctica.

Un día la mamá de Nena vio que le estaban saliendo unas extrañas manchas blancas en los codos y las rodillas. No picaban, no dolían y no tenían relieve, pero crecían de día en día. La doctora que la examinó le dijo que aquello era vitíligo, una enfermedad de la piel bastante frecuente que en principio solo conllevaba problemas estéticos. Podía avanzar o pararse, pero raramente la piel volvía a pigmentarse.

Sus padres no quisieron darle más importancia al asunto y la seguían encontrando tan linda como siempre, pero Nena se observaba incesantemente para comprobar cómo aquellas manchas blanquísimas de contornos irregulares y caprichosos iban tomando posesión de su cuerpo. No le gustaban, no entendía por qué estaban allí ni por qué los otros niños del cole se reían de ella o se apartaban para no rozarla. Lo cierto es que sufría mucho y por primera vez en su vida experimentó lo que era estar acomplejada. Nada la consolaba, ninguna explicación la convencía. Si era una enfermedad, ¿por qué no le dolía ni tenía fiebre? ¿y por qué no le daban alguna medicina para curarse?

Nena estaba realmente disgustada y triste, hasta que una tarde su abuela la llamó a la cocina para ponerle la merienda y contarle este cuento:

Hubo una vez, hace muchos miles de años, una raza de mujeres especiales llamadas Luzmilas. Ellas eran depositarias de un secreto muy importante, la ubicación exacta de la Luz Primigenia, esa de la que derivan todas las demás luces del mundo. Podría parecer que no era una encominenda muy relevante dado que la Luz ya existía en el planeta, pero estaba escrito que ésta llegaría a extinguirse por razones que no habían sido desveladas, y entonces se requerirían sus servicios para salvar a la humanidad.

-         ¿Te imaginas el mundo sin Luz, Nena?
-         Sí, abuela. ¡Qué miedo!

Las Luzminas habían sido muchas en otros tiempos, toda una estirpe, pero la actividad cada vez más agresiva y bien organizada de los sicarios de la Oscuridad, llegó a mermar su número hasta la casi total extinción. Así fue que solo quedó una llamada Lascia, la más hermosa de todas ellas.

La leyenda cuenta que esta criatura, no teniendo ya ninguna hermana a quien transmitir el secreto, adoptó forma humana para concebir una hija. La bebé era tan hermosa como ella pero desgraciadamente no compartía los poderes de su raza, así que para asegurarse de que sabía guardar el mapa que conducía a la Llama Unica, adornó secretamente su piel con él. Nunca lo perdería, nunca lo olvidaría, nunca se lo arrebatarían. Y el linaje continuaría para siempre con las hijas de sus hijas que fueran elegidas, hasta que sus servicios fueran necesarios.

La cabeza de Nena funcionaba a mil por hora mientras mordisqueaba sus galletas y escuchaba atentamente. Hacía mil conjeturas, precisamente esas que su sabia abuela había previsto.

-         ¿Qué te ha parecido el cuento, Nena? Le preguntó mirándola con el rabillo del ojo mientras doblaba paños.
-         ¡Ya lo entiendo, abuela! Pero no se lo voy a contar a nadie, de verdad

Y Nena salió corriendo despavorida y feliz, después de tropezar con la silla, a escribir en su diario el nombre de sus nuevas hermanas: Luzmilas. Desde ese día no volvió a estar triste por las manchas de su piel, sino que las lucía con orgullo.

P.D.: este cuento está dedicado a todos esos niños que padecen la enfermedad y que causándoles complejo, no la comprenden aún. Y también es una forma de deshacerme de algunos de mis propios complejos, porque aunque yo ya soy una adulta, a veces también me olvido de que no son manchas, sino un hermoso mapa sobre mi piel… 

Julia C. Cambil

Código: 1505054017664
Fecha 05-may-2015 9:46 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0

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