Se llamaba Magdalena, aunque
todos en casa la llamaban Nena. Era una niña risueña y traviesa que siempre
andaba con la sonrisa en la boca y un toque pícaro en los ojos, inventando
juegos en los que implicaba con facilidad a sus padres o a sus abuelos. ¡Imposible
resistirse a aquel torbellino de imaginación! Realmente era la alegría de la
casa y de sus mayores.
Nena tenía el cabello muy
negro, los ojos castaños y la piel morenita; a buen seguro que sería una
hermosa mujer el día de mañana. Convencida estaba de ello cuando se miraba en
los espejos y le venían a la cabeza los muchos piropos que todos le decían.
Ponía morritos, se hacía un guiño y salía corriendo a toda velocidad, como era
su costumbre, en busca de algún nuevo juego que poner en práctica.
Un día la mamá de Nena vio
que le estaban saliendo unas extrañas manchas blancas en los codos y las
rodillas. No picaban, no dolían y no tenían relieve, pero crecían de día en
día. La doctora que la examinó le dijo que aquello era vitíligo, una enfermedad
de la piel bastante frecuente que en principio solo conllevaba problemas
estéticos. Podía avanzar o pararse, pero raramente la piel volvía a
pigmentarse.
Sus padres no quisieron darle
más importancia al asunto y la seguían encontrando tan linda como siempre, pero
Nena se observaba incesantemente para comprobar cómo aquellas manchas
blanquísimas de contornos irregulares y caprichosos iban tomando posesión de su
cuerpo. No le gustaban, no entendía por qué estaban allí ni por qué los otros
niños del cole se reían de ella o se apartaban para no rozarla. Lo cierto es
que sufría mucho y por primera vez en su vida experimentó lo que era estar
acomplejada. Nada la consolaba, ninguna explicación la convencía. Si era una
enfermedad, ¿por qué no le dolía ni tenía fiebre? ¿y por qué no le daban alguna
medicina para curarse?
Nena estaba realmente
disgustada y triste, hasta que una tarde su abuela la llamó a la cocina para
ponerle la merienda y contarle este cuento:
Hubo una vez, hace muchos miles de años, una raza de mujeres
especiales llamadas Luzmilas. Ellas eran depositarias de un secreto muy
importante, la ubicación exacta de la Luz Primigenia, esa de la que derivan
todas las demás luces del mundo. Podría parecer que no era una encominenda muy
relevante dado que la Luz ya existía en el planeta, pero estaba escrito que
ésta llegaría a extinguirse por razones que no habían sido desveladas, y
entonces se requerirían sus servicios para salvar a la humanidad.
-
¿Te imaginas el
mundo sin Luz, Nena?
-
Sí, abuela. ¡Qué
miedo!
Las Luzminas habían sido muchas en otros tiempos, toda
una estirpe, pero la actividad cada vez más agresiva y bien organizada de los
sicarios de la Oscuridad, llegó a mermar su número hasta la casi total
extinción. Así fue que solo quedó una llamada Lascia, la más hermosa de todas
ellas.
La leyenda cuenta que esta criatura, no teniendo ya
ninguna hermana a quien transmitir el secreto, adoptó forma humana para
concebir una hija. La bebé era tan hermosa como ella pero desgraciadamente no
compartía los poderes de su raza, así que para asegurarse de que sabía guardar
el mapa que conducía a la Llama Unica, adornó secretamente su piel con él. Nunca
lo perdería, nunca lo olvidaría, nunca se lo arrebatarían. Y el linaje
continuaría para siempre con las hijas de sus hijas que fueran elegidas, hasta
que sus servicios fueran necesarios.
La cabeza de Nena funcionaba
a mil por hora mientras mordisqueaba sus galletas y escuchaba atentamente.
Hacía mil conjeturas, precisamente esas que su sabia abuela había previsto.
-
¿Qué te ha
parecido el cuento, Nena? Le preguntó mirándola con el rabillo del ojo mientras
doblaba paños.
-
¡Ya lo entiendo,
abuela! Pero no se lo voy a contar a nadie, de verdad
Y Nena salió corriendo
despavorida y feliz, después de tropezar con la silla, a escribir en su diario el
nombre de sus nuevas hermanas: Luzmilas. Desde ese día no volvió a estar triste
por las manchas de su piel, sino que las lucía con orgullo.
P.D.: este cuento está
dedicado a todos esos niños que padecen la enfermedad y que causándoles
complejo, no la comprenden aún. Y también es una forma de deshacerme de algunos
de mis propios complejos, porque aunque yo ya soy una adulta, a veces también
me olvido de que no son manchas, sino un hermoso mapa sobre mi piel…
Julia C. Cambil
Código: 1505054017664
Fecha 05-may-2015 9:46 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Julia C. Cambil
Código: 1505054017664
Fecha 05-may-2015 9:46 UTC
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