Parte IV – Deshojando
confusiones
Giselle y Marisa
Si
había un momento bueno para abandonar la fiesta, era aquel. Se sentía fatal por
lo que había pasado con Roberto y tras otros dos Martinis que en nada aliviaron
su sensación de culpabilidad, empezó a experimentar un desagradable mareo.
Fue
en busca del baño para refrescarse un poco, pero antes de encontrarlo se
tropezó con Marisa. Estaba plácidamente acomodada en el sofá de la sala, casi
en penumbra, fumando un cigarrillo. Realmente ofrecía el cautivador aspecto de
una diva de cine. La chica se disculpó por la intromisión, pero en lugar de
marcharse fue a sentarse a su lado.
Marisa
dio una última calada, descruzó las piernas y se la quedó mirando con una
comprensiva sonrisa en los labios. Estaba claro que aquella chica había tomado
más alcohol del que le convenía.
-
¿Te encuentras bien, querida? – le preguntó dulcemente.
-
¿No recuerdas mi nombre? Soy Giselle y no, no me encuentro nada bien –
respondió la otra con sinceridad -. Los hombres nunca entienden nada, ¿verdad?
No son como nosotras, nosotras sí sabemos leer en las miradas y no nos hacemos
ideas equivocadas y estúpidas – mientras pronunciaba las palabras paseaba la
vista por el cuerpo de su anfitriona sin ningún disimulo. También sin poderlo
evitar.
Marisa
parecía divertida, no comprendía el juego de aquella jovencita medio borracha y
por eso mismo había conseguido captar su atención.
-
Bueno, generalizar a tu edad es peligroso; espera a haber vivido un poco más
para estar tan decepcionada – contestó conciliadora.
-
Yo nunca le dije nada que pudiera inducirle a pensar que le quería; no de esa
manera. Y esta noche lo ha estropeado todo con esa horrible escena,
declarándose y tratando de besarme. Ahora ya no podré mirarle a los ojos ni contarle
mis cosas nunca más, seguro que me odia – las palabras salían atropelladamente
de su boca, como a borbotones -. Es un tío estupendo, si me gustara me gustaría
muchísimo, pero es que no me gusta, y no entiendo por qué tengo que gustarle yo
a él.
-
¿Me estás hablando de un compañero de clase, verdad? - a Marisa le quedaban muy
lejos ese tipo de “tragedias juveniles”, pero procuró ser paciente con la joven
-
¡Te estoy hablando de Roberto! ¿No podrías explicárselo tú para que volvamos a
ser amigos? Yo no he sabido hacerlo y se ha ido muy enfadado.
Al
oír el nombre Marisa sintió un vuelco en el estómago seguido de una intensa
sensación de calor que le subía garganta arriba. La combinación de los celos
con el sentimiento de haber sido traicionada era un cóctel potente, pero
procuró mantener la compostura y hacer como si aquella confidencia no le
afectara en nada.
-
Yo hablaré con él, no te preocupes – desde luego que pensaba hacerlo -.
La
chica le cogió la mano inesperadamente en señal de gratitud, supuso ella, y
aunque no estaba de humor para seguir atendiendo la guardería, le pareció de
mal gusto retirársela. Al fin y al cabo qué culpa tenía ella de nada. Le dio
unos conciliadores toquecitos sobre el dorso y se quedó rumiando su despecho en
silencio. Para Giselle, sin embargo, aquel gesto tuvo otro significado bien
distinto. Arropada por la seguridad que ofrecen el alcohol y la penumbra e
incentivada por lo que ella interpretó como consentimiento, se dispuso a hacer
aquello con lo que había estado fantaseando toda la noche: besarla.
Roberto
No
podía creer que tuviera tan mala suerte. La única chica que de verdad le había
interesado en todo ese tiempo era también la única que no se sentía atraída por
él. Y lo peor es que había estropeado además la oportunidad de ser su amigo;
ahora la relación sería tirante, estaría condicionada por esas inoportunas
palabras teñidas de una ilusión y una esperanza que no le estaban permitidas al
parecer. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Declararse a Giselle en casa de
Marisa, qué locura. “Si llega a enterarse me hubiera hecho la vida imposible,
me lo habría hecho pagar. He llegado muy lejos para tirarlo ahora todo por la
borda”. Los pensamientos viajaban por su cabeza como en un tiovivo fuera de
control.
Condujo
más de una hora hacia ninguna parte, tratando de serenarse, y cuando los restos
del alcohol en su sangre convirtieron sus párpados en dos pesados telones,
comprendió que debía volver. No tenía ni idea de la hora, no imaginaba qué
explicación ofrecería a Marisa para justificar su ausencia, no sabía cómo iba a
recomponer los pedazos de su corazón, pero aún así debía volver.
Después
de todo las cosas nunca habían sido fáciles para él, por qué iba a ser
diferente en el amor.
Se
limpió las lágrimas con el dorso de la mano y puso rumbo a casa de nuevo.
Continuará…
Julia
C.
Código de
registro: 1506234436213
: 23-jun-2015 18:26 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
: 23-jun-2015 18:26 UTC
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