martes, 9 de junio de 2015

Un encuentro con el pasado



Tenía que suceder, cualquier día tú y yo nos íbamos a tropezar de nuevo por algún vericueto de la vida o de aquel inmenso centro comercial, lo mismo daba. Y ayer, después de casi nueve meses, llegó el día.

No tuve tiempo de esquivarte, tampoco estoy segura de que lo hubiera querido hacer, pero lo cierto es que no estaba preparada. Enarcaste las cejas en señal de saludo, seguramente también de sorpresa, y yo me detuve en seco al otro lado del pasillo, justo bajo el torrente de luz que la claraboya del techo derramaba generosa. No hice nada, no dije nada, ibas acompañado y contigo nunca se sabe.

Si dudaste no pude percibirlo. Le dijiste algo que no pude oír a tu amigo y éste desapareció sin más de mi campo de visión. Tú ya caminabas despacio hacia mí mientras yo me observaba los pies por no mantenerte la mirada, tratando de serenarme y pensando qué decir.

-         ¡Hola, corazón! – los dos besos de rigor y una vaharada de ese olor que durante mucho tiempo hubiera reconocido entre todos los cuerpos del universo.

No parecías enfadado, y eso que mi último sms decía que no quería volver a saber nada más de ti. No hubo ocasión de hablar ni de aclarar las cosas, cuando lo intentaste ni siquiera te cogí el teléfono. Supongo que estaba avergonzada de mi conducta y por nada del mundo quería que me miraras con dulzura desde tus enormes ojos verdes. No lo merecía.

Una conversación intrascendente, preguntas corteses sobre retazos de nuestra vida que en otro tiempo llegamos a conocer a la perfección y otra vez, poco a poco, las miradas enredadas sin remedio, como antaño. Después posaste la vista sobre mi pelo, por un momento llegué a pensar que ibas a acariciarlo, pero te limitaste a hacer una observación sobre su color, ahora diferente.

-         Solo se ve rojo bajo la luz, ¿ves? – y me aparté del sol para que siguiera siendo negro, como tú lo recordabas. Supongo que fue una concesión inconsciente a ese tiempo en que trataba de complacerte en todo.

Hubiera dado lo que no tengo porque algo o alguien nos hubiera interrumpido, pero no hubo suerte y no puede evitar delatarme:

-         Tú te has dejado barba. La tienes cana, pero te queda bien – también se me quedó una caricia pendiente en la yema de los dedos.

La distancia entre nosotros se había acortado inadvertidamente y sin saber cómo me encontré muy cerca de ti, mirando hacia arriba, igual que cuando esperaba el torrente de cálidos besos que me hacías pagar con risas. Siempre fue así, yo amaba tus besos y tú adorabas mi risa.

De repente me dio miedo, y en un destello de lucidez o quizás de crueldad, decidí romper el tentador hechizo. Te pregunté por ellas, tu mujer y tu hija, y tú retrocediste unos cuantos centímetros como si fuesen mil pasos. Con mi triunfo cargado de arrepentimiento desde el primer instante me cobré tu innecesario dolor.  

Lo he vuelto a hacer, perdóname… 

Julia C.

Código: 1506094290093
Fecha 09-jun-2015 11:05 UTC
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