Tenía que suceder,
cualquier día tú y yo nos íbamos a tropezar de nuevo por algún vericueto de la
vida o de aquel inmenso centro comercial, lo mismo daba. Y ayer, después de
casi nueve meses, llegó el día.
No tuve tiempo de
esquivarte, tampoco estoy segura de que lo hubiera querido hacer, pero lo
cierto es que no estaba preparada. Enarcaste las cejas en señal de saludo,
seguramente también de sorpresa, y yo me detuve en seco al otro lado del
pasillo, justo bajo el torrente de luz que la claraboya del techo derramaba
generosa. No hice nada, no dije nada, ibas acompañado y contigo nunca se sabe.
Si dudaste no pude
percibirlo. Le dijiste algo que no pude oír a tu amigo y éste desapareció sin
más de mi campo de visión. Tú ya caminabas despacio hacia mí mientras yo me observaba
los pies por no mantenerte la mirada, tratando de serenarme y pensando qué
decir.
-
¡Hola, corazón! – los
dos besos de rigor y una vaharada de ese olor que durante mucho tiempo hubiera
reconocido entre todos los cuerpos del universo.
No parecías enfadado,
y eso que mi último sms decía que no quería volver a saber nada más de ti. No
hubo ocasión de hablar ni de aclarar las cosas, cuando lo intentaste ni
siquiera te cogí el teléfono. Supongo que estaba avergonzada de mi conducta y
por nada del mundo quería que me miraras con dulzura desde tus enormes ojos
verdes. No lo merecía.
Una conversación
intrascendente, preguntas corteses sobre retazos de nuestra vida que en otro
tiempo llegamos a conocer a la perfección y otra vez, poco a poco, las miradas
enredadas sin remedio, como antaño. Después posaste la vista sobre mi pelo, por
un momento llegué a pensar que ibas a acariciarlo, pero te limitaste a hacer
una observación sobre su color, ahora diferente.
-
Solo se ve rojo bajo
la luz, ¿ves? – y me aparté del sol para que siguiera siendo negro, como tú lo
recordabas. Supongo que fue una concesión inconsciente a ese tiempo en que
trataba de complacerte en todo.
Hubiera dado lo que
no tengo porque algo o alguien nos hubiera interrumpido, pero no hubo suerte y
no puede evitar delatarme:
-
Tú te has dejado
barba. La tienes cana, pero te queda bien – también se me quedó una caricia
pendiente en la yema de los dedos.
La distancia entre
nosotros se había acortado inadvertidamente y sin saber cómo me encontré muy
cerca de ti, mirando hacia arriba, igual que cuando esperaba el torrente de
cálidos besos que me hacías pagar con risas. Siempre fue así, yo amaba tus
besos y tú adorabas mi risa.
De repente me dio
miedo, y en un destello de lucidez o quizás de crueldad, decidí romper el tentador
hechizo. Te pregunté por ellas, tu mujer y tu hija, y tú retrocediste unos
cuantos centímetros como si fuesen mil pasos. Con mi triunfo cargado de
arrepentimiento desde el primer instante me cobré tu innecesario dolor.
Lo he vuelto a hacer,
perdóname…
Julia C.
Código: 1506094290093
Fecha 09-jun-2015 11:05 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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