Sus viejos y cansados
huesos agradecían el sol del atardecer, por eso solía sentarse en la mecedora
del porche al caer la tarde. Era el momento en que invariablemente, acompañado
por el crujir de la madera que protestaba con cada balanceo, recordaba al amor
de su vida
Lula era la chica más
bonita de todo el saloon, y también la más solicitada. Sus piernas
perfectamente torneadas, su sonrisa de ángel travieso y su brillante melena
pelirroja la convertían en una mujer terriblemente atractiva. Ciertamente no
era la que mejor bailaba de todo el coro, pero como él no le prestaba atención
más que a ella, no podía percibir que con frecuencia perdía el paso con
respecto a sus compañeras. No importaba, con ella en el escenario el
espectáculo siempre era perfecto.
Tardó un tiempo en
atreverse a hablarle porque no se sentía digno, pero como vio que ella era
amigable y sonreía a todo el que se le acercaba, acabó por decidirse. Tomaron
juntos un whisky y charlaron de cosas intrascendentes, todo iba bien, pero
cuando él la invitó a pasear al día siguiente, ella lo miró con desdén y le
contestó “prueba a pedírmelo cuando no seas un don nadie”. Su cálida sonrisa de
eterno carmín se esfumó al instante y con un gesto despectivo se dio media
vuelta y se marchó.
Aquellas palabras y su
actitud le hirieron profundamente, pero lejos de abrirle los ojos respecto al
tipo de mujer que era Lula, le infundieron la determinación y la ambición que
nunca antes había sentido. Fue por eso y solo por eso que se hizo buscador de
oro.
Sabía que no era una
apuesta fácil y que podía fracasar, pero estaba convencido de que no le pasaría
eso a él. Invirtió sus ahorros en los preparativos y dedicó los siguientes
cinco años de su vida a probar suerte. Trabajaba muy duro, pero la ensoñación
de tener a aquella mujer entre sus brazos, rendida de amor por él, le daba la
fuerza necesaria para proseguir sin descanso.
Y acabó por tener fortuna,
ya lo creo. Encontró el oro suficiente para ofrecerle a Lula un rancho donde
vivir y una posición económica desahogada. Con esas intenciones volvió a
buscarla.
Las cosas habían
cambiado mucho en Moon City, que ahora era un pueblo grande y aparentemente
próspero; podía sentirse el bullicio y el dinero animando los nuevos comercios
y tabernas. Preguntó por ella en el saloon donde solía trabajar, pero le
dijeron que tuvo que marcharse, por lo del accidente. Aún le costó invitar a un
par de copas más a aquel anciano para conocer la historia completa.
Al parecer una noche
dos hombres se pelearon por Lula, ella había estado coqueteando descaradamente
con ambos, y en la refriega, accidentalmente, salió herida. La botella rota
empuñada por uno de los pretendientes rozó su cara marcándola de forma terrible.
Por eso el dueño no la quería allí, ahora había mucha competencia y su rostro desfigurado
desanimaba a los clientes a entrar. Se había mudado y trabajaba en el burdel a
las afueras del pueblo.
Sintió un tremendo
pesar por la suerte que había corrido Lula, y lejos de desanimarse, sus deseos
de reconfortarla y cuidarla se afianzaron.
Observando los últimos
rayos de sol con los ojos entornados le pareció volver a oír las palabras de la
mujer cuando le propuso matrimonio “gracias por la oferta, pero yo soy y
siempre seré una chica se saloon”.
No se quedó lo
suficiente para ver las lágrimas rodar por sus mejillas llenas de cicatrices.
No había duda, aquella
era una historia del Salvaje Oeste.
Julia C.
Código 1509275244113
Fecha 27-sep-2015 10:35 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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