El sonido de tus
palabras se había desvanecido por completo en mi mente. Necesitaba borrarlas,
conservar la esperanza de que solo habían sido restos de un mal sueño, y busqué
algo con lo que adormecer el dolor. Del ventanal entreabierto llegaba el rumor
de la brisa correteando entre las hojas de los árboles y el tamborileo
incesante de la lluvia sobre la tierra. Un mantra sagrado en mi silenciosa
desesperación.
Qué curioso, momentos
antes ese panorama otoñal solo era un estorbo a nuestros soleados planes de
amor, a nuestro prometedor futuro juntos y a la ilusión compartida. Ahora era
un refugio en el que encontrar la evasión que necesitaba.
Volví ausente la vista
hacia el blanco mantel. Las delicadas tazas, los menudos pero exquisitos
dulces, ese azucarero de porcelana antigua…. Todo estaba fuera de lugar porque
era hermoso y mi vida acababa de hacerse añicos. Incluso mi pálida mano aún
reposaba relajada sobre él, con vestigios de un calor prestado que tú,
hipócritamente, le habías regalado por última vez.
No me atreví a mirarte
a los ojos; si estabas viendo mis lágrimas correr no quería saberlo. Siempre he
odiado las muestras de vulnerabilidad delante de los extraños y tú ahora te
habías convertido en uno. ¿Cómo si no podrías haberme llevado a nuestro sitio
favorito para dejarme? ¿Pensaste que sería un bonito detalle para poner punto y
final?
Recogí la mano en mi
regazo, ya no quería tenerla extendida hacia tu cuerpo, y seguí absorta en el
paisaje. Ojalá que ya no estuvieras sentado frente a mí cuando al fin parara de
llover; ojalá que la lluvia pudiera llevarse todo lo que vivimos juntos…
Julia C.
Código 1510195541404
Fecha 19-oct-2015 20:55 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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