Cuando Lidia recibió el diagnóstico
ya sabía que no sería fácil, pero a pesar de ello decidió seguir cuidándolo.
Ella no era como esos humanos odiosos que abandonan a sus mascotas cuando están
enfermas o ancianas. Ella adoraba a Tobby y trataría de hacerle llevadera su
enfermedad. Después de todo qué culpa tenía el pobrecito.
Tarareaba una canción de moda
mientras fileteaba la sangrante carne muy fina; eso era lo único que el pobre
Tobby podía comer ahora. Recordó que la chica de la ferretería, Mendiel, le
había hablado maravillas de aquel cuchillo: “corta cualquier cosa como
mantequilla, el borde es afilado pero muy resistente y el mango resulta muy
cómodo”. Tenía toda la razón, fue una lástima que se viera obligada a
estrenarlo con su delicado cuerpo. Parecía muy apetitosa aquella chica y esperaba
que su perrito supiera valorarlo.
Salío al jardín con el comedero, llamándolo.
Tobby la esperaba impaciente, en posición de alerta. Extendió la mano para
acariciarlo pero algo feroz en la expresión del animal hizo que se contuviera.
Cuando él olisqueó la comida y la despreció mirándola amenazadoramente entendió
que a Tobby ya no le gustaba la carne muerta…
Pobrecito, qué culpa tenía él.
Julia C.
Código 1510185522727
Fecha 18-oct-2015 11:15 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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