Me miró con sus
increíbles ojos pardos orlados de pestañas larguísimas, casi tanto como larga
era su inocencia. Los tenía abiertos de par en par.
─ Eso no existe.
─ Ya lo creo que sí, y más vale que
no lo digas muy alto.
─ ¡Pero si es que no existe!
─ Como tú quieras.
Y seguí
enjabonando platos en ese fregadero antiguo que me queda bajo y que me hace
polvo la espalda. Ya no le prestaba atención en apariencia, pero le miraba de
reojo. Sé que sentía una curiosidad loca y eso me divertía.
─ ¿Por qué no debo decir que no
existen?
─ ¿El qué, cariño?
─ Pues de lo que hablábamos, ¡¡los
pollos de agua!!
─ Ah, bueno, ellos son capaces de oír
a muchos kilómetros de distancia y tienen mal genio, pero es que además es
posible que haya alguno muy cerca, en la nevera. Creo que la abuela quería
daros una sorpresa el domingo para comer.
Sé que su cerebro
funcionaba a toda pastilla para encajar la noticia. Después de todo, igual
podía ver un pollo de agua con sus propios ojos. Curiosidad y miedo a partes
iguales, que para algo era un niño.
─ ¿Y se comen?
─ Si te gustan, claro. Aunque como
nunca mueren del todo, es difícil que se queden quietos en el plato. Ensucian
de salsa todo el mantel, pero es divertido. De vez en cuando merece la pena y
si la abuela se molesta en serviros uno, más vale que le deis las gracias
debidamente.
─ Eso es imposible...
Bajó la cabeza
para mirarse los zapatos y creo que buscaba alguna referencia previa donde esa
información pudiera tener algún sentido. Yo le dejaba pensar, porque de eso se
trataba al fin y al cabo.
─ Entonces si abro la nevera y hay
uno...
─ Claro, podría saltarte encima. De
todos modos creo que con el frío se adormecen. ¿Abrimos?
─ No, no. Ahora no.
─ Vale, como quieras.
─ ¿Y cómo son?
─ Ya te lo dije, mitad caballito de
mar, mitad pollo. Qué parte es la que va arriba y cuál abajo, no lo recuerdo.
¿Tú qué crees?
─ Por abajo la parte de caballito de
mar, ¿no?
─ Puede ser.
─ Y los pollos ésos ¿nadan o andan?
─ Las dos cosas, y también vuelan.
Por eso son tan interesantes las carreras de pollos de agua.
─ ¿Qué carreras?
─ ¿Es que no ves las
noticias...?
Y negué con la
cabeza como si fuera una falta terrible no ver los informativos a su edad. El
jugaba nerviosamente con el botón metálico de su chaqueta vaquera y si no salía
humo de su cabecita es sencillamente porque esas cosas no pasan.
Discurrió por fin
su nueva pregunta y la hizo con adorable candidez.
─ Y gana el que llega antes, ¿no?
─ Bueno, es que esas carreras se
hacen en el mar y como es tan grande y ellos tan desordenados, casi nunca llega
ninguno a la meta. Algunos se pierden y otros echan a volar a medio camino. Así
no hay forma de saber quién gana.
─ ¡Te lo estás inventando!, me
espetó al borde del enfado.
─ Vaya, para ser tan pequeño crees
que lo sabes todo.
─ No, pero....
Había terminado de
fregar y me secaba las manos mirándomelas con atención, como si estuviera
concentrada en algo importante, solo para alargar el silencio. Después me puse
en jarras y le miré directamente a él.
─ Bueno, si no me crees podemos
abrir la nevera y mirar, pero yo paso de ponerme delante que ya sabes que me
dan miedo los animales.
─ No, no hace falta, te creo, pero
no puedo verlo ahora. ¡Es que tengo q irme!
Y giró sobre sus
talones más bien corriendo que andando, pasillo adelante.
Hubo muchas más
conversaciones acerca de estos animales y a todos mis sobrinos les conté, a la
debida edad, cuentos acerca de ellos, improvisando siempre nuevas e increíbles
características. Los demás, ya más mayores, me seguían el juego con
complicidad. Un día incluso nos sentamos todos a dibujar nuestra versión de
cómo sería un auténtico pollo de agua que se preciara de existir.
Qué pena que la
niñez y la capacidad de creer que existen éstas y muchas otras cosas que
inventé para ellos, se acaben...
Julia C.
Código 1511305897428
Fecha 30-nov-2015 20:36 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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Fecha 30-nov-2015 20:36 UTC
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