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Era un
jueves cualquiera por la noche y el “Barrabás” estaba lleno, como casi siempre
a aquellas horas. Malena ocupaba su lugar favorito al final de la barra, junto
a la columna. Le gustaba sentarse en aquel taburete de madera, con sus largas
piernas cruzadas, porque desde allí podía abarcar casi todo el local con la
mirada.
Los que la
conocían sabían que no debían acercarse sin previa invitación; la chica no se
tomaba muy bien que la molestaran. Otra cosa es que se la comieran con los ojos
en la distancia o que volaran a ras de sus curvas con la imaginación; después
de todo para eso estaba allí. El dueño sabía de sobra que era un buen reclamo y
habían llegado a un acuerdo: él le permitía pasar allí el tiempo que quisiera y
le daba unos cuartos según hubiera ido la recaudación de caja si ella no era
demasiado arisca con los clientes y de vez en cuando les daba conversación.
Todo lo que pasara a partir de ahí, si es que pasaba algo, quedaba excluido del
trato y era solo asunto de ella.
Desgranar
la vida de Malena no es fácil, porque todo en su aspecto contradice lo que
siente o incluso lo que era hace tan solo unos meses. No se permite el lujo de
llorar, ya se ha quedado sin lágrimas, y no va a dejar que la suerte la tumbe
una segunda vez. Ha aprendido la lección por las malas. Ya no querrá a nadie,
procurará no necesitar a nadie y no le dará cuentas a nadie de lo que hace.
Todo eso se acabó el mismo día en que dejó sus holgados vestidos de flores a un
lado y se enfundó la minifalda de cuero y las medias negras. Tenía exactamente
diez y ocho años.
Antes de
su “transformación” Malena era una chica tímida e introvertida, no demasiado
mala estudiante, que procuraba portarse bien y no ocasionar muchos problemas en
casa. Era consciente de que las cosas no iban bien entre sus padres y ella no
quería añadir más leña al fuego, así que hacía todo lo que estaba en su mano
por contribuir a la estabilidad del hogar. En aquel barrio todos tenían
problemas económicos y salían adelante como podían, no era nada nuevo, pero ver
a sus padres pelear por todo, eso sí que la llenaba de desazón. No entendía qué
había cambiado entre ellos ni por qué ahora todo eran silencios tensos o gritos
destemplados.
El caso es
que una noche, para sorpresa de su hija, se dispusieron para salir juntos a
cenar. Ella se había maquillado y se había calzado sus únicos zapatos de piel y
él le abrió galantemente la puerta del coche. Malena estaba muy ilusionada con
la reconciliación y les deseó que lo pasaran muy bien. Nunca habría adivinado
que no volvería a verlos con vida.
Las causas
del terrible accidente que los arrancó para siempre de su lado no estaban
claras. Tuvo lugar en una carretera apartada que no estaba camino a ninguno de
los restaurantes que ella conocía y no se supo de más vehículos implicados. El
no comprender qué había pasado, sumado a su infinito dolor, la destrozó por
completo.
Nadie de
la familia quiso hacerse cargo de una niña de diez y seis años que no había
heredado nada y que no suponía más que una boca extra que alimentar, así que
decidieron mandarla a vivir con su abuela, que no estaba en condiciones de
oponerse. Era una buena solución teniendo en cuenta que así resolvían el
problema de Malena y de paso descargaban en ella la responsabilidad del cuidado
de la deteriorada anciana.
En las
pocas ocasiones en que Berta estaba lúcida, que así se llamaba la abuela de
Malena, era cariñosa y paciente con ella, trataba de compensarla por todo lo
que estaba sufriendo. El resto de las veces la chica se apañaba como podía con
una vida y una responsabilidad que nunca debieron haber sido las suyas. Así fue
cómo su carácter dulce y confiado fue cambiando, su enfado con el mundo
haciéndose auténtica tormenta y su esperanza de una vida amable, evaporándose.
Apenas
volvió a tener noticias de sus tíos hasta el momento en que, algunos meses
después y casi recién cumplidos los diez y ocho, su abuela falleció. Entonces
sí acudieron todos como lobos hambrientos para comunicarle que iban a vender la
casa de Berta y que debía abandonarla. Al fin y al cabo ya era mayor de edad,
¿no? Era tiempo de que se buscara la vida ella sola.
Y en esas
estaba cuando vio entrar por la puerta del “Barrabás” a aquel tropel de jóvenes
risueños capitaneados por Tonio…
Julia C.
Para leer la continuación pincha aquí
Código 1512085969893
Fecha 08-dic-2015 17:01 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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