lunes, 29 de febrero de 2016

Lanzando una botella al mar...



Decidió que ya no quería formar parte de su pequeño y claustrofóbico mundo personal y quiso dejarlo atrás en aquella playa; como ritual simbólico lanzó tan lejos como pudo la ciudad en miniatura que construyera una vez con ella. Después lloró de impotencia hasta secarse por dentro. Le pareció que sus lágrimas, saladas como la desapacible inmensidad líquida que se mostraba ante él, pasarían desapercibidas allí. Tal vez, solo tal vez, encontrarían la forma de transformarse en lágrimas de júbilo para otros ojos, en alguna parte. Ella le había enseñado a reciclar, incluso los sentimientos. Que los hombres también lloran era una lección que no le había costado aprender.

Se le pasaron las horas en el proceso de vaciarse por completo, era preciso si quería continuar, de comprender que su decisión era la única posible, de despedirse y jurarse a sí mismo que conseguiría olvidarla. Tenía que poner fin como fuera a aquel dolor recalcitrante que le arrugaba sin piedad las ganas de vivir. Cuando al cabo sintió sus miembros entumecidos y helados levantó la cabeza al cielo: la noche se había construido a base de negrura y desesperanza, las mismas que se instalaran tiempo atrás en su pecho.   

Se levantó y sacudió con pereza la arena de sus tejanos, quizás para retrasar el momento de marcharse, quizás porque una marioneta sin hilos tiene que aprender a caminar de nuevo. Después buscó las llaves y se encaminó a su coche. Estaba dispuesto a averiguar cuántos kilómetros de vida podía hacer un corazón con el depósito lleno…

Julia C.

* La fotografía que ilustra el relato es una representación de la obra "Drifting Away" del fotógrafo y artista sueco Erik Johansson.

Código 1602296716239
Fecha 29-feb-2016 17:16 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0


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