Este relato, como las
monedas, tiene dos caras, dos perspectivas: la de la "acosadora" y la del
"acosado". Yo escribiré la primera y mi querido compañero Francisco Moroz, la
segunda.
Por mi parte y aunque
el relato es ficción, la mayoría de las ideas están sacadas de experiencias
personales reales. Ya hace un tiempo que me sucedieron este tipo de cosas y no
tuvieron consecuencias ni para mí ni para mi entorno, pero doy fe de que hacen
sentir muy mal porque sabes a ciencia cierta que alguien pretende complicarte
la vida y ni siquiera sabes quién.
Todo acabó bien, pero
pudo haber sido de otra manera…
A mí me
gustaba mucho ese chat, lo visitaba con frecuencia y me hacía pasar buenos
ratos. Siempre que me conectaba había alguien, fuera la hora que fuera, y eso
para una insomne solitaria como yo era una ventaja. Sí, me gustaba mucho hasta
que él lo estropeó todo…
Nos
conocimos un sábado de madrugada y, después de charlar un rato en la sala
general, le pedí que nos pasáramos a un privado. El aceptó. Desde el primer
momento tuve la impresión de que encajábamos, de que congeniábamos a la
perfección; las horas se nos pasaron volando. Parecía un hombre sincero,
honesto, y compartimos muchas confidencias de nuestro día a día. Dijo estar
felizmente casado, pero era una mentira que se daba por sabida. ¿Cómo iba a
tener una vida de pareja plena si estaba allí conmigo a esas horas? No sabía
quién podía ser ella ni me importó que tratara de justificarla diciendo que
viajaba mucho por trabajo; sin duda ella no le merecía.
Coincidimos
durante algunos días más y confieso que charlar con él se convirtió en mi único
aliciente; ansiaba que llegara el momento de conectarme para encontrármelo y
poder leer las frases que tecleaba solo para mí. Siempre era amable, educado,
jovial, y supe que era yo quien le hacía feliz aunque no me lo dijera.
Seguramente se estaba enamorando de mí como yo de él.
Conseguí
averiguar su dirección de correo electrónico valiéndome de alguna artimaña y
comencé a enviarle correos durante el día.
¡La espera se me hacía interminable entre una sesión de chat y otra, tenía que
hacer algo! Se mostró sorprendido y algo incómodo, pero fue encantador y se
disculpó por no contestarme nunca: estaba muy ocupado con su trabajo. No me importó,
yo sé que le gustaban mis correos y seguí enviándoselos. En ellos desnudaba mi
alma, me volcaba entera y le deba lo mejor de mí. El se lo merecía y yo quería
que me conociera bien antes de dar el paso hacia algo más personal.
Todo iba de
maravilla hasta aquella noche en que estaba “en línea” pero no atendió mi
privado. Dijo que lo sentía pero que estaba ocupado con otra conversación.
¿Otra conversación? ¡Pero quién se había creído que era para tratarme así!
Confieso que estaba muy enfadada y que le escribí algunos mails bastante fuertes.
No reaccionó y pensé que había recapacitado y que aceptaba su culpa, pero a los
pocos días me banearon y no pude volver a entrar en el chat. ¡Maldito
malnacido, tuvo que ser cosa suya! Seguro que andaba liado con cualquier zorra
de las que rondan por el chat y yo le estorbaba. Se iba a enterar de quién era
yo.
Me volví a
registrar pero con un perfil masculino esta vez y le espié durante semanas;
creía que se había librado de mí, no sospechaba nada. Conseguí averiguar muchas
cosas charlando con otras chicas que le conocían, y hasta conseguí enterarme del
nombre que usaba en Facebook. Es increíble lo estúpida y confiada que puede
llegar a ser la gente y la cantidad de datos que ofrecen gratuitamente.
Después
elaboré otro perfil para el chat con la misma foto que él usaba en el suyo y
añadí algunos datos “llamativos” (aún me estoy riendo de lo ingeniosa que fui).
Su nuevo “yo” se autodenominaba “amante de los animales” en el peor sentido y
promiscuo hasta la enfermedad. Puse una relación de todas las enfermedades que
padecía como consecuencia y añadí algunas faltas de ortografía, algunos tacos y
algunas borderías para terminar de decorarlo. Como era de esperar bloquearon
ese perfil y el suyo propio tras algunas quejas. Así aprendería la lección. Después
de aquello no volvió a conectarse más y tuve que ir a buscarle a facebook. En
realidad si me pedía perdón estaba dispuesta a olvidarlo todo…
La mayoría
de la información estaba protegida de la vista del público en general, pero me
apañé bien con los datos que ofrecía en abierto. Al poco había conseguido
entrar en un grupo de “amantes del senderismo” del que él era miembro. Desde
ahí y de nuevo con un perfil falso conseguí que aceptara mi solicitud de
amistad. ¡Ahora ya puedo ver todo lo que cuelga en la red!
Estoy
preparando algunos mensajes “jugosos” para sus contactos y he cogido algunas
fotos suyas para abrir algunos perfiles en páginas “divertidas” para adultos. Lo cierto es
que ahora que no me hace caso ni piensa en mí, yo me lo sigo pasando muy bien
con él. Puede pararlo cuando quiera, solo tiene que volver, pedirme perdón y reconocer
que se ha equivocado, que me quiere.
Si no lo hace convertiré su vida en un infierno a golpe de click...
Julia C.
Para ver la otra cara de la moneda, a cargo de Francisco Moroz, pincha aquí
Código 1603036765401
Fecha 03-mar-2016 10:55 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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