Apenas mediaron palabras, solo hubo miradas cargadas de
intención y la sensación de vértigo que produce el deseo por largo tiempo
contenido...
El, experto en leyes y en las lides de la seducción, comprendió casi desde el principio de su entrevista que Amelia era una “víctima” entregada de antemano. No obstante quiso jugar a las tentaciones y se sentó innecesariamente cerca de ella en aquel elegante sofá de piel. Fingiendo que la escuchaba, inventándole una mirada a medida, dejó que la tibieza imantada de los cuerpos ejerciera su poderoso influjo. Así es como los labios de la mujer, sobriamente maquillados, trastabillaron con las palabras y dejaron escapar el suspiro que la delató.
El, experto en leyes y en las lides de la seducción, comprendió casi desde el principio de su entrevista que Amelia era una “víctima” entregada de antemano. No obstante quiso jugar a las tentaciones y se sentó innecesariamente cerca de ella en aquel elegante sofá de piel. Fingiendo que la escuchaba, inventándole una mirada a medida, dejó que la tibieza imantada de los cuerpos ejerciera su poderoso influjo. Así es como los labios de la mujer, sobriamente maquillados, trastabillaron con las palabras y dejaron escapar el suspiro que la delató.
Amelia, apenas sin advertirlo, entró en placentera amnesia y
olvidó que había ido allí por asuntos de trabajo; incluso olvidó cómo se
llamaba en la anodina existencia que había llevado hasta el mismo instante de
cruzar la puerta de aquel despacho. Bastó que Sergio tomara posesión del borde de
su bien cortada falda, posando casual la mano a medio camino entre la tela y la
piel, para comprender que era su última oportunidad de evitar lo que estaba a
punto de suceder. Ni lo intentó siquiera, sería una rendición pacífica al
aliado de su burbujeante deseo. Se limitó a dejar en suspenso su discurso y a
mirarle como quien se zambulle en lo cristalino de las aguas en un intenso día
de calor. Necesidad y disfrute a partes iguales.
La mujer sin nombre, como decidió considerarse a sí misma en
aquellos instantes, descruzó las piernas y ladeó retadora la cabeza. Acarició la
mano que descansaba en su rodilla y que encerraba, elegante y varonil, la
promesa de nuevos suspiros. No quería pensar, no quería saber; por una vez solo
quería sentir. Y en aquel insospechado escenario se entregó sin reservas a lo
acogedor de un cuerpo desconocido, servicial por demás a la hora de regalar
placer. Nada como la libertad que concede no ser quien eres, aunque solo sea
por un rato.
Puedes alegar “locura transitoria”, le aconsejó él cuando
todo hubo terminado. Como buen profesional de la culpabilidad había adivinado
los pensamientos que se escondían tras su ceño fruncido. Aquella historia de
aventuras nunca podría contársela a sus hijos; habían sido aventuras prohibidas
de la piel.
Julia C.
Código 1603096831894
Fecha 09-mar-2016 12:26 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
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