Cuando aquella tarde se cruzaron
inesperadamente nuestras miradas y ella me volvió la cara, rehuyendo el saludo
con gesto sorprendido, supe que era todo verdad y que tenían razón los que
murmuraban de su prolongada soltería. Le busqué a él instintivamente y allí
estaba, con sus anchas espaldas, una mirada que siempre me pareció afable y su
nariz aguileña, sonriéndole. Claro que yo nunca le había visto aquella sonrisa,
tan diferente de la que les dedicaba a sus feligreses desde el púlpito.
Dicen que el mundo es muy pequeño,
y ciertamente así debe ser. Nadie podía haber previsto que nos encontraríamos
tan lejos de nuestras respectivas residencias: yo veraneando en la costa con mi
familia, lejos de la gran ciudad, y ella en aquel pueblecito pesquero tan alejado
del suyo propio. Pero así son las casualidades.
Es cierto que no teníamos un trato
muy estrecho, pero nos conocíamos de sobra y sabíamos de nuestras respectivas
vidas; éramos algo así como unas primas lejanas. Su tío y mi tía eran
matrimonio desde hacía más de sesenta años y los eventos familiares nos habían
reunido muchas veces. Además, nuestros tíos nunca tuvieron hijos y al llegar a
la edad en que necesitaban frecuente ayuda, muchas veces habíamos aunado
esfuerzos para hacerles la vida un poco más fácil.
Me hubiera gustado decirle algunas
cosas aquella tarde, pero no tuve ocasión. Su acompañante y ella pagaron apresuradamente
la cuenta en la terraza en la que disfrutaban de la tarde y se marcharon. Yo me
quedé rumiando mis pensamientos.
No he vuelto a verla desde
entonces, y quizás cuando suceda ya no sea el momento adecuado, pero si tengo
ocasión me gustaría abrazarla fuerte y decirle que no se preocupe, que lo
entiendo, que su secreto mal guardado no encontrará eco en mí.
Y lo cierto es que se me atropellan
las palabras para expresar lo mucho que lamento todo lo que habrá tenido que
pasar viviendo en un pueblo pequeño, donde siempre hay alguien que observa y
cualquier cosa es un acontecimiento digno de ser analizado y difundido hasta la
saciedad. Me gustaría decirle que lamento los comentarios malintencionados de
los que conociéndola de toda la vida, le sonreían a la cara pero se burlaban de
ella a sus espaldas; la consideración despectiva de solterona que muchos le
adjudican; el haber tenido que renunciar a formar una familia y esconder su
amor como algo vergonzante; los gestos de pena o de crítica que tantos le
habrán dedicado. Tantas y tantas cosas con las que ha tenido que cargar por no
enamorarse de una persona más “conveniente” y por ser fiel a ese amor.
Ni sé ni necesito saber sus motivos
para no haberlo dejado todo y haberse marchado lejos de sus familiares y
vecinos, incluso lejos de ese hombre. No es asunto mío. Yo solo puedo ofrecerle
mi respeto y mi comprensión, porque quién sabe si de haber estado yo en su
lugar, no habría hecho la misma elección y aceptado las mismas injustas
renuncias.
Desgraciadamente éste es el mundo
en el que vivimos y hay muchas reglas que cumplir. No siempre nos enamoramos de
quien debemos…
Julia C.
Código 1604277327229
Fecha 27-abr-2016 7:50 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir no te lo calles. Este es un sitio para compartir :)