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Mientras se desperezaba entre las sábanas de raso color berenjena y disfrutaba del acompasado respirar de Alberto, Gina cedió a la tentación de analizar sus sentimientos, un tanto confusos. Estaba feliz, plenamente satisfecha después de una noche maravillosa, pero también reconoció en su interior aquella sensación de vértigo que ya creía superada.
Mientras se desperezaba entre las sábanas de raso color berenjena y disfrutaba del acompasado respirar de Alberto, Gina cedió a la tentación de analizar sus sentimientos, un tanto confusos. Estaba feliz, plenamente satisfecha después de una noche maravillosa, pero también reconoció en su interior aquella sensación de vértigo que ya creía superada.
Su última relación, la más
importante y larga de su vida, había sido un completo desastre; eso incluía un final
turbulento y desagradable que la dejó muy trastornada. No llegó a sufrir malos
tratos físicos por parte de su pareja, pero Gabriel, ocho años mayor que ella, era
un hombre complicado que nunca supo quererla de un modo sano, como hubiera sido
lo deseable para alguien tan joven como Gina. Estaba muy enamorada de él, le
tenía completamente idealizado, pero su afán de posesión y sus continuos
cambios de humor acabaron por desestabilizarla: al cabo de un tiempo se sumió en un permanente estado
de ansiedad imposible de sostener. Cuando consiguió reunir las fuerzas suficientes para
dejarle ya habían transcurrido tres años y había perdido el último curso de sus
estudios en el conservatorio. Sus padres insistieron en que cambiara de ciudad
y buscara la ayuda de un profesional que la sacara del bache. Fue precisamente
allí, en la sala de espera del psicólogo, donde conoció a Martina, su ángel de
la guarda desde entonces.
A raíz de aquel episodio
Gina no había querido tener más relaciones, y eso que proposiciones no le faltaban;
tenía miedo de volver a pasar por el mismo infierno de nuevo. Por eso decidió
olvidarse de cualquier distracción amorosa y apostarlo todo a su futuro
profesional, ya habría tiempo para lo demás. En esas estaba cuando Alberto se
cruzó obstinadamente en su vida.
“Bueno, no hay que
dramatizar”, pensó. “Esto no tiene por qué pasar de aquí ni desviarme de mi
camino; puedo eliminar a Alberto de la ecuación antes de que las cosas se
compliquen”. Pero justo a continuación volvieron a su mente las imágenes de lo ocurrido
la noche anterior y dudó seriamente de su fuerza de voluntad para llevar a cabo
sus propósitos.
Al contrario de lo que
sucedía de habitual, en la cama Alberto hablaba muy poco; no lo necesitaba
porque había encontrado otras formas de expresarse igual de efectivas. El
prefería dejar que los cuerpos “conversaran” sin interrupciones, como le había explicado
a la chica, deleitarse interpretando sus sonidos propios y aprendiendo a
reconocer las necesidades y urgencias de su pareja en cada momento. Lo cierto
es que su excepcional intuición para complacer a Gina fue toda una novedad,
acostumbrada como estaba ella a dar mucho más de lo que recibía. A golpe de caricias, jadeos y besos sin fin apuraron
una noche que pareció desenvolverse a cámara lenta. Solo una pega podía poner
Gina, y es que le había costado bastante contener su natural impaciencia y su
energía arrolladora para amoldarse a la parsimonia casi ritual de Alberto. Toda
una experiencia para ella, que a decir verdad tampoco es que tuviera demasiada.
Sonriendo morbosamente en la
decreciente penumbra de la habitación, tuvo que reconocer que se moría de ganas
por repetir y tratar de llevárselo a su terreno esta vez. No es que lamentara
haberle permitido marcar el ritmo en todo momento, en absoluto, pero buscaría
la ocasión para tomar la iniciativa y enseñarle a hacer las cosas a su modo.
Quizás Alberto fuera el hombre adecuado para practicar ciertos juegos con los
que muchas veces había fantaseado y que nunca se había atrevido a proponerle a
nadie.
El desagradable zumbido del
despertador impidió que sus pensamientos siguieran discurriendo por esos
derroteros durante más tiempo. Ya había amanecido y era hora de volver a la
vida real.
*********
─¿Me estás diciendo que empezaste tú? Eso sí que
es un progreso, doña cobardica. No, en serio, ¡cuánto me alegro! Ya era hora de
que te sacudieras los malos rollos que te dejó Gabriel y te lanzaras a la
piscina. ─Martina estaba realmente
feliz por su amiga y, aunque no quisiera reconocerlo, también un poco
preocupada por si el tal Alberto resultaba ser un “capullito”. Sería desastroso
ahora que veía a Gina tan ilusionada.
─Pufff nada que ver con
nadie que yo haya conocido, Martina. Me trató genial todo el rato, súper dulce,
aunque a veces me parecía como un poco “antiguo”.
─¿Antiguo? ¡Anda ya, no es
tan viejo! Es que los pijos son así, estirados a ratos, como si los hubieran
almidonado ─ambas rieron con ganas por
la ocurrencia─. A ver, mátame de envida: ¿qué te ha preparado el “amante perfecto” para
desayunar?
─Bueno, la verdad es que nada;
yo le he preparado el desayuno a él mientras se duchaba. Si vieras la de cosas
ricas que había en su nevera, ¡alucinante!
─Chica, qué mal te veo. ¡Estás
perdida! ─La pelirroja tenía una
amplia sonrisa en los labios─. ¿Cuándo volveréis a veros?
─No hemos hablado de eso; él
llegaba tarde a trabajar y nos hemos despedido con prisa.
─Si se admiten apuestas, yo
digo que antes de que acabe el día tienes noticias suyas.
─Pero no se admiten; por si
acaso no quiero hacerme muchas ilusiones.
“Demasiado
tarde para eso”, pensó Martina para sus adentros.
*********
Gina
trató de hacer su vida normal durante toda la jornada, pero le resultaba
imposible concentrarse; no podía evitar mirar el móvil cada cinco minutos por
si tenía algún mensaje de Alberto. Al llegar la hora de acostarse, sin
novedades al respecto, se sentía psicológicamente extenuada de hacer conjeturas
y muy decepcionada. No estaba enfadada con él, sino consigo misma. No podía ser
que fuera tan tonta, ¡otra vez pasándolo mal por culpa de un hombre!
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