Este relato ha sido escrito para la comunidad literaria Escribiendo que es Gerundio en la convocatoria
de su reto titulado “Los refranes de tu vida”. No entraba a concurso por formar
parte yo misma del jurado, pero me ofrecía una tentación demasiado grande como
para no escribir algo…
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Rondaba por la ciudad como otros muchos pillastres en
busca de su oportunidad, tomando “prestados” alimentos, objetos y monedas si se
le ponían a tiro, aunque ya tuvieran otros dueños. Lo cierto es que era
habilidoso y se le daba bien distraer con sus zalamerías a los pobres incautos
que se cruzaban en su camino.
No siempre había sido así. En otro tiempo Rodrigo tuvo
unos padres que cuidaban de él y le proporcionaban todo el cariño que pudiera
necesitar, pero la mala fortuna quiso que unas fiebres se los llevaran hacía ya
cinco inviernos. Desde entonces había vivido con su abuela, una anciana menuda que
compartía con él cariño, ingenio y la lamentable falta de sustento. Su
situación económica era cualquier cosa menos boyante. A pesar de las penosas circunstancias,
el muchacho nunca se dejó ganar por el desánimo y encaraba cada nuevo día con
la seguridad de que su suerte cambiaría de un momento a otro. Era una
convicción sin fisuras.
Cierto día, al volver la esquina de la calle
apresuradamente y con la cara vuelta para ver si el dueño del reloj que sostenía
en su mano le perseguía, chocó bruscamente contra el cuerpo contundente y
carnoso de Elvira, la pitonisa. La mujerona salió despedida hacia atrás y casi
cae al suelo. Rodrigo, que aunque ladronzuelo por necesidad tenía buenos
modales aprendidos, detuvo en seco su carrera y la socorrió, disculpándose de
corazón. Ella, divertida por trato tan poco usual y gentil, decidió agradecerle
la merced con lo único que poseía: una profecía halagüeña. “Vuelve a casa, tu
suerte ha cambiado”.
El joven, presa de euforia y creyendo sin reservas el
buen augurio de la adivina, corrió como alma que lleva el diablo hasta la casa
de su abuela. No podía creer en su buena fortuna al haber chocado justo con
Elvira; tenía que ser una señal.
Empujó bruscamente la puerta buscando con ojos ávidos la
prueba de su nuevo sino y enseguida la vio: una hermosa capa de paño gris
recién cosida descansaba con primor sobre el respaldo de una silla.
─Mira, Rodrigo ─le dijo su nana emocionada─ he estado ahorrando para hacerte esta capa. Bajo
sus pliegues nadie verá lo que escondes, si mucho o si poco.
No era
exactamente lo que el muchacho esperaba, pero fue una agradable sorpresa de
todos modos. Quizás la suerte les fuera a cambiar definitivamente mañana…
Julia C.
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