martes, 2 de mayo de 2017

Una buena capa todo lo tapa



Este relato ha sido escrito para la comunidad literaria Escribiendo que es Gerundio en la convocatoria de su reto titulado “Los refranes de tu vida”. No entraba a concurso por formar parte yo misma del jurado, pero me ofrecía una tentación demasiado grande como para no escribir algo… 


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Rondaba por la ciudad como otros muchos pillastres en busca de su oportunidad, tomando “prestados” alimentos, objetos y monedas si se le ponían a tiro, aunque ya tuvieran otros dueños. Lo cierto es que era habilidoso y se le daba bien distraer con sus zalamerías a los pobres incautos que se cruzaban en su camino. 
  
No siempre había sido así. En otro tiempo Rodrigo tuvo unos padres que cuidaban de él y le proporcionaban todo el cariño que pudiera necesitar, pero la mala fortuna quiso que unas fiebres se los llevaran hacía ya cinco inviernos. Desde entonces había vivido con su abuela, una anciana menuda que compartía con él cariño, ingenio y la lamentable falta de sustento. Su situación económica era cualquier cosa menos boyante. A pesar de las penosas circunstancias, el muchacho nunca se dejó ganar por el desánimo y encaraba cada nuevo día con la seguridad de que su suerte cambiaría de un momento a otro. Era una convicción sin fisuras.


 Cierto día, al volver la esquina de la calle apresuradamente y con la cara vuelta para ver si el dueño del reloj que sostenía en su mano le perseguía, chocó bruscamente contra el cuerpo contundente y carnoso de Elvira, la pitonisa. La mujerona salió despedida hacia atrás y casi cae al suelo. Rodrigo, que aunque ladronzuelo por necesidad tenía buenos modales aprendidos, detuvo en seco su carrera y la socorrió, disculpándose de corazón. Ella, divertida por trato tan poco usual y gentil, decidió agradecerle la merced con lo único que poseía: una profecía halagüeña. “Vuelve a casa, tu suerte ha cambiado”.


El joven, presa de euforia y creyendo sin reservas el buen augurio de la adivina, corrió como alma que lleva el diablo hasta la casa de su abuela. No podía creer en su buena fortuna al haber chocado justo con Elvira; tenía que ser una señal. 

Empujó bruscamente la puerta buscando con ojos ávidos la prueba de su nuevo sino y enseguida la vio: una hermosa capa de paño gris recién cosida descansaba con primor sobre el respaldo de una silla.  

Mira, Rodrigo le dijo su nana emocionada he estado ahorrando para hacerte esta capa. Bajo sus pliegues nadie verá lo que escondes, si mucho o si poco.

No era exactamente lo que el muchacho esperaba, pero fue una agradable sorpresa de todos modos. Quizás la suerte les fuera a cambiar definitivamente mañana…

Julia C.

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