viernes, 5 de mayo de 2017

Gina (VII)



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Habían pasado seis días y Gina ya estaba harta de ver los estridentes colores de la bolsita que reposaba sobre el mueble de la sala. Pensó en bajar el paquete al contenedor de la basura para quitarlo de su vista, pero luego recapacitó y decidió que sería suficiente con guardarlo dentro del armario, donde no fuera un recordatorio constante de la conducta de Alberto. Estaba tan enfadada que ni siquiera había sentido la curiosidad de oler el perfume que se escondía en su interior, ¿para qué? Probablemente lo del trabajo también habría sido una tomadura de pelo, como todo lo demás. Tenía que reconocer que Alberto se lo había montado muy bien, sí señor. Ya le dijo en una ocasión que solía conseguir todo aquello que se proponía y que no reparaba en esfuerzos, ¿no? El que avisa no es traidor, pero ella seguía siendo la misma ingenua de siempre. 

A la vista del panorama, Martina, con la mejor de las intenciones, elaboró un apretado programa de actividades para su amiga. Tenía como finalidad mantenerla ocupada el mayor tiempo posible para impedirle pensar, autocompadecerse, o sufrir de insomnio por no estar lo suficientemente cansada al caer en la cama. Después de que Gina tomara la iniciativa y llamara al móvil desconectado de Alberto en un par de ocasiones, ya no trató de darle esperanzas sino de ayudarla a olvidar. Parecía increíble que el tipo hubiera usado un número desechable con ella, pero había que rendirse a la evidencia. ¡Menudo cretino! 

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En su búsqueda de novedades, las chicas descubrieron un local que todos calificaban como “lo más de lo más” en el ambiente nocturno de la ciudad. Decidieron que aquel sábado por la noche era un buen momento para comprobar cuánto de verdad había en aquella afirmación. Conocer sitios llenos de gente potencialmente interesante y alcohol en forma de combinados exóticos, formaba parte de la terapia ideada por Martina. Además, casualmente, el garito se llamaba “Amnesia”, ¡tenía que ser una señal! 

¿No tenías una minifalda más discreta? Las animadoras tendrán que bajarse de la plataforma para cederte el sitio. Total, ya te vales tú sola para poner en pie el local Gina miraba de reojo la provocativa indumentaria de su amiga con fingida desaprobación mientras se retocaba el carmín de los labios. Lo cierto es que admiraba su seguridad y su desinhibición a la hora de vestir.
No buscamos ser discretas, ¿recuerdas?. Buscamos matar de la impresión a todos en cuanto crucemos esas puertas, pequeña. ¡Hoy es nuestra noche! La pelirroja sacudió ostentosamente la melena para darle énfasis a su discurso.
Matarlos parece excesivo; conformémonos con seducirles y luego dejarles tirados como a colillas. Gina pretendía bromear, pero sin querer salió a relucir el despecho que sentía. Se arrepintió de sus palabras en cuanto las dijo. No quería ser una aguafiestas después de todos los esfuerzos de Martina por animarla Venga, no me hagas caso, ¡vamos dentro!

Casi al tiempo que las luces de colores impactaban en sus cuerpos y la música las envolvía estruendosamente, comenzaba a sonar el móvil de Gina. Era la llamada que había estado deseando recibir durante días, pero no logró oírla. 

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Había sido una semana de trabajo demencial, aunque también muy productiva. El contrato publicitario con los japoneses estaba en el aire y necesitaba un empujoncito, así que Marsés & Campoy envió allí a Alberto para marcar la diferencia con las otras empresas que competían por el encargo. Convencer a los nipones de que ellos eran los adecuados para dar a conocer su producto en el mercado europeo no había sido tarea fácil, pero él había demostrado con creces que merecía la confianza de sus jefes y había logrado el objetivo: ¡el contrato estaba firmado! Ya de vuelta en el avión a casa, más relajado, solo una cosa empañó su satisfacción: Gina no se había puesto en contacto con él como le había pedido. 

A pesar del poco tiempo libre del que había podido disponer, había pensado mucho en ella y en la noche que pasaron juntos. Por más que le sorprendiera, la verdad era que la había echado de menos, pero no estaba dispuesto de ninguna manera a ser el juguete de sus indecisiones de nuevo. Su interés era sincero, había peleado por su oportunidad, pero si para ella toda aquella historia solo era un juego, mejor dejarlo correr y no perder más el tiempo. Punto y final.

A pesar de haber tomado la decisión, Alberto no podía dejar de darle vueltas a la cabeza durante todo el trayecto: “quizás hice algo que la molestó y no quiso decírmelo por falta de confianza”, “quizás es que no le gusto lo suficiente”, “quizás haya otra persona”… “¡quizás no leyó mi nota!”. 

Esa última posibilidad le devolvió momentáneamente la esperanza y lo impulsó a intentarlo una vez más, solo una. Cuando estuviera en casa y volviera a conectar su móvil personal, la llamaría para aclarar las cosas. 

Cruzó mentalmente los dedos para que ella tuviera un motivo creíble,  para que sintiera lo mismo que él, para que le hubiera echado de menos. Si era así todo se arreglaría, pero si volvía a las excusas y a las evasivas, intentaría olvidarse de ella y mantendrían únicamente una relación profesional. Sería duro tener que volver a verla en esas condiciones, pero ya encontraría la forma de sobrellevarlo.

Cuando lo tuvo claro se aflojó el nudo de la corbata, pidió una copa a la azafata y conectó sus auriculares para escuchar música. Antes de darse cuenta estaba dormido y soñando con Gina entre sus sábanas. 

Julia C.

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