domingo, 4 de junio de 2017

Gina (X)



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Alberto quería sacar a Martina de allí antes de que alguien llamara a seguridad y todos en el edificio estuvieran al tanto del escándalo. Se levantó enérgico y tomó su chaqueta con una mano mientras con la otra invitaba imperiosamente a la chica a acompañarle. Le interesaba cualquier cosa que tuviera que decirle sobre Gina, pero no allí, no de esas maneras, no en público. Bajaron en el ascensor fulminándose mutuamente con la mirada pero en silencio y cruzaron la calle hasta una pequeña cafetería. 

¿Seguro que vas a tomar café? Yo diría que no necesitas más excitantes.
Vale, lo pillo… me he pasado un poco, ¿no? La boca de Martina formaba un gracioso puchero que al instante consiguió su propósito: el perdón Una tilita entonces Ambos sonrieron.

Ahora que la fiera pelirroja se había tranquilizado y se podía hablar con ella, resultaba una mujer encantadora, casi cándida. A Alberto le impresionó su lealtad hacia Gina y pronto aclararon el malentendido que se había producido. Ahora solo era cuestión de aclararlo también con la interesada.

Mira Alberto, Gina tiene la cabeza muy dura y ya ha tomado una decisión. Ha tenido sus malos rollos antes de conocerte, hazte cargo, lo ha pasado mal, y tantos desencuentros entre vosotros la han empujado a querer sacarte de su vida; solo se está protegiendo. Me parece que no va a servir que intentes explicarle lo que ha pasado sin más. Te lo vas a tener que currar El joven escuchaba con gesto compugido. Realmente sentía haberle causado dolor a Gina.
Tenía que haberle dicho que me iba y que nunca uso el móvil personal en los viajes de trabajo, pero no quería perder el tiempo hablando de despedidas cuando al fin nos habíamos encontrado. Tú sabes que me costó lo mío convencerla Alberto jugaba con el sobrecito de azúcar que acompañaba su café dándole mil vueltas entre los dedos. En la nota le dejaba mi correo electrónico y el número del móvil de trabajo, yo estaba deseando tener noticias suyas.
¡Hombres, siempre enredando! ¿No se te ocurrió pensar que podía no abrir el envoltorio del perfume? Ella solo sabe que os despedisteis y que tu teléfono dejó de estar operativo, la única suposición lógica es que habías estado jugando con ella.
¿Crees que hay alguna posibilidad de arreglar todo este embrollo? Había verdadera ilusión en la mirada color esmeralda del joven y Martina empezó a entender por qué a Gina le gustaba tanto Yo aún pienso mucho en ella. Siempre.
Déjalo de mi cuenta, algo se me ocurrirá. 

****************

A pesar de su profunda tristeza y sus pocos deseos de tener nada que ver con Martina, Gina decidió intentar tratarla con normalidad. Era una estupenda persona y mejor amiga, eso se lo había demostrado con creces en muchas ocasiones, y al menos quería darle la oportunidad de que le confesara lo que estaba pasando entre Alberto y ella. Con él ya estaba todo perdido pero a Martina, su Martina, no quería dejarla ir sin más. Intentaría perdonarla, pero si no podía, al menos se despedirían con la verdad. Era doloroso, era humillante, pero lograr que hablara era la única forma en la que ambas podrían restaurar su amistad o pasar definitivamente la página del tiempo y de todas las cosas que habían compartido.

Por esa razón aceptó salir a cenar con ella la noche de su cumpleaños. Se había negado tantas veces como Martina había insistido argumentando razones de todo tipo, así que al fin cedió. Igual era el momento que ambas necesitaban para poner las cartas sobre la mesa. Irían solas, sin las demás compañeras, y la pelirroja le garantizó que no montaría ningún pollo: “Será solo una cena de chicas con postre hipercalórico y un brindis para que las puñeteras canas, las arrugas y la celulitis te sigan respetando un año más”. Era increíble que en las actuales circunstancias Martina siguiera mostrando un humor tan desenfadado.  

El móvil zumbó suavemente cuando la cumpleañera estaba terminando de vestirse: “El hindú cierra hoy, qué mala suerte. He reservado mesa en Giuseppe. Nos vemos allí en media hora”.  “¡¡Esta sí que es buena!! ¿A qué juega Martina?”. Gina no recordaba que el espejo le hubiera devuelto nunca una mirada tan furiosa. 

***************

Aunque el ambiente era cálido y acogedor en el local, Gina sentía verdadero frío; de hecho se controlaba para no temblar. Encargaron la cena aconsejadas por el camarero y, mientras esperaban, decidieron abrir una botella de vino rosado de la casa. Martina retó a Gina y la primera copa se la bebieron de un solo trago. “Va bien para entrar en calor”, pensó una; “va bien para soltar la lengua”, pensó la otra. 

Estás muy contenta últimamente, no sé, se te ve ilusionada, ¿quieres contarme algo? Gina temía la respuesta tanto como la necesitaba. Estaba harta de aquel juego que la desgastaba, harta de fingir.
Bueno, es que creo que he descubierto mi verdadera vocación, y eso siempre es gratificante Era una respuesta enigmática, como sacada de contexto, y Gina no pudo evitar abrir los ojos desmesuradamente. Decidió seguirle el juego a Martina a ver si llegaban a alguna parte.
¿Y qué vocación es esa, si puede saberse?
Hada Madrina, por supuesto. O deshacedora de enredos, como prefieras Gina suspiró profundamente para contener su impaciencia; empezaba a pensar que Martina no solo no le diría la verdad sino que había decidido jugar cruelmente con ella. Se quitó la cazadora vaquera llena de chapitas de colores; empezaba a tener mucho calor. A ti, por ejemplo, voy a concederte un deseo en este mismo instante. Sal fuera, hay un regalo esperándote. El primero.

Gina estaba perpleja. No pensaba que su amiga hubiera bebido lo bastante como para estar borracha, pero lo parecía. Se la quedó mirando fijamente, inmóvil, pero como la otra insistiera con un mohín de fastidio para apremiarla, decidió obedecer.

Apenas puso un pie en la calle un adolescente pecoso se acercó a ella y le puso en la mano una correa de piel roja. Al otro extremo de la misma un precioso cachorro color canela la miraba atento con gesto amistoso. 

Feliz cumpleaños, señora. Un regalo de parte del caballero.
¿Caballero, qué caballero? ¿Esto qué es?
Creo que es un perro de aguas, señora, un cachorro, pero yo no entiendo mucho El muchacho empezaba a temer que las cosas se complicaran y él solo había cobrado por entregarlo. Gina empezaba a tener ganas de pegarle por llamarla señora una segunda vez.
Sí, es un perro de aguas precioso, pero te pregunto quién me lo regala.
Él, hable con él. Está dentro esperándola Y sin añadir nada más el muchacho dio media vuelta y echó a andar arrastrando desgarbadamente sus tenis color salmón.

Julia C.


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