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Alberto quería sacar a Martina de allí antes de que alguien llamara a seguridad y todos en el edificio estuvieran al tanto del escándalo. Se levantó enérgico y tomó su chaqueta con una mano mientras con la otra invitaba imperiosamente a la chica a acompañarle. Le interesaba cualquier cosa que tuviera que decirle sobre Gina, pero no allí, no de esas maneras, no en público. Bajaron en el ascensor fulminándose mutuamente con la mirada pero en silencio y cruzaron la calle hasta una pequeña cafetería.
Alberto quería sacar a Martina de allí antes de que alguien llamara a seguridad y todos en el edificio estuvieran al tanto del escándalo. Se levantó enérgico y tomó su chaqueta con una mano mientras con la otra invitaba imperiosamente a la chica a acompañarle. Le interesaba cualquier cosa que tuviera que decirle sobre Gina, pero no allí, no de esas maneras, no en público. Bajaron en el ascensor fulminándose mutuamente con la mirada pero en silencio y cruzaron la calle hasta una pequeña cafetería.
─¿Seguro que vas a tomar
café? Yo diría que no necesitas más excitantes.
─Vale, lo pillo… me he
pasado un poco, ¿no? ─La boca de Martina formaba
un gracioso puchero que al instante consiguió su propósito: el perdón─ Una tilita entonces ─Ambos sonrieron.
Ahora que la fiera pelirroja se había tranquilizado y se podía hablar con
ella, resultaba una mujer encantadora, casi cándida. A Alberto le impresionó su
lealtad hacia Gina y pronto aclararon el malentendido que se había producido.
Ahora solo era cuestión de aclararlo también con la interesada.
─Mira Alberto,
Gina tiene la cabeza muy dura y ya ha tomado una decisión. Ha tenido sus malos
rollos antes de conocerte, hazte cargo, lo ha pasado mal, y tantos
desencuentros entre vosotros la han empujado a querer sacarte de su vida; solo
se está protegiendo. Me parece que no va a servir que intentes explicarle lo
que ha pasado sin más. Te lo vas a tener que currar ─El joven escuchaba con
gesto compugido. Realmente sentía haberle causado dolor a Gina.
─Tenía que haberle
dicho que me iba y que nunca uso el móvil personal en los viajes de trabajo,
pero no quería perder el tiempo hablando de despedidas cuando al fin nos
habíamos encontrado. Tú sabes que me costó lo mío convencerla ─Alberto jugaba con el sobrecito de azúcar que
acompañaba su café dándole mil vueltas entre los dedos─. En la nota le dejaba mi correo electrónico y el
número del móvil de trabajo, yo estaba deseando tener noticias suyas.
─¡Hombres,
siempre enredando! ¿No se te ocurrió pensar que podía no abrir el envoltorio
del perfume? Ella solo sabe que os despedisteis y que tu teléfono dejó de estar
operativo, la única suposición lógica es que habías estado jugando con ella.
─¿Crees que hay alguna posibilidad de arreglar
todo este embrollo? ─Había verdadera
ilusión en la mirada color esmeralda del joven y Martina empezó a entender por
qué a Gina le gustaba tanto─ Yo aún pienso mucho en
ella. Siempre.
─Déjalo de mi
cuenta, algo se me ocurrirá.
****************
A pesar de su
profunda tristeza y sus pocos deseos de tener nada que ver con Martina, Gina
decidió intentar tratarla con normalidad. Era una estupenda persona y mejor
amiga, eso se lo había demostrado con creces en muchas ocasiones, y al menos
quería darle la oportunidad de que le confesara lo que estaba pasando entre
Alberto y ella. Con él ya estaba todo perdido pero a Martina, su Martina, no
quería dejarla ir sin más. Intentaría perdonarla, pero si no podía, al menos se
despedirían con la verdad. Era doloroso, era humillante, pero lograr que
hablara era la única forma en la que ambas podrían restaurar su amistad o pasar
definitivamente la página del tiempo y de todas las cosas que habían compartido.
Por esa razón aceptó
salir a cenar con ella la noche de su cumpleaños. Se había negado tantas veces
como Martina había insistido argumentando razones de todo tipo, así que al fin
cedió. Igual era el momento que ambas necesitaban para poner las cartas sobre
la mesa. Irían solas, sin las demás compañeras, y la pelirroja le garantizó que
no montaría ningún pollo: “Será solo una cena de chicas con postre
hipercalórico y un brindis para que las puñeteras canas, las arrugas y la
celulitis te sigan respetando un año más”. Era increíble que en las actuales
circunstancias Martina siguiera mostrando un humor tan desenfadado.
El móvil zumbó
suavemente cuando la cumpleañera estaba terminando de vestirse: “El hindú
cierra hoy, qué mala suerte. He reservado mesa en Giuseppe. Nos vemos allí en
media hora”. “¡¡Esta sí que es buena!! ¿A
qué juega Martina?”. Gina no recordaba que el espejo le hubiera devuelto nunca
una mirada tan furiosa.
***************
Aunque el ambiente era cálido y acogedor en el local, Gina sentía verdadero
frío; de hecho se controlaba para no temblar. Encargaron la cena aconsejadas
por el camarero y, mientras esperaban, decidieron abrir una botella de vino
rosado de la casa. Martina retó a Gina y la primera copa se la bebieron de un
solo trago. “Va bien para entrar en calor”, pensó una; “va bien para soltar la
lengua”, pensó la otra.
─Estás muy contenta
últimamente, no sé, se te ve ilusionada, ¿quieres contarme algo? ─Gina temía la respuesta tanto como la necesitaba.
Estaba harta de aquel juego que la desgastaba, harta de fingir.
─Bueno, es que creo que he
descubierto mi verdadera vocación, y eso siempre es gratificante ─Era una respuesta enigmática, como sacada de
contexto, y Gina no pudo evitar abrir los ojos desmesuradamente. Decidió
seguirle el juego a Martina a ver si llegaban a alguna parte.
─¿Y qué vocación es esa, si
puede saberse?
─Hada Madrina, por supuesto.
O deshacedora de enredos, como prefieras ─Gina suspiró profundamente para contener su impaciencia; empezaba a pensar
que Martina no solo no le diría la verdad sino que había decidido jugar
cruelmente con ella. Se quitó la cazadora vaquera llena de chapitas de colores;
empezaba a tener mucho calor─. A ti, por ejemplo, voy a
concederte un deseo en este mismo instante. Sal fuera, hay un regalo
esperándote. El primero.
Gina estaba perpleja. No pensaba que su amiga hubiera bebido lo bastante
como para estar borracha, pero lo parecía. Se la quedó mirando fijamente,
inmóvil, pero como la otra insistiera con un mohín de fastidio para apremiarla,
decidió obedecer.
Apenas puso un pie en la calle un adolescente pecoso se acercó a ella y le
puso en la mano una correa de piel roja. Al otro extremo de la misma un precioso
cachorro color canela la miraba atento con gesto amistoso.
─Feliz cumpleaños, señora. Un
regalo de parte del caballero.
─¿Caballero, qué caballero?
¿Esto qué es?
─Creo que es un perro de
aguas, señora, un cachorro, pero yo no entiendo mucho ─El muchacho empezaba a temer que las cosas se
complicaran y él solo había cobrado por entregarlo. Gina empezaba a tener ganas
de pegarle por llamarla señora una segunda vez.
─Sí, es un perro de aguas
precioso, pero te pregunto quién me lo regala.
─Él, hable con él. Está
dentro esperándola ─Y sin añadir nada más el
muchacho dio media vuelta y echó a andar arrastrando desgarbadamente sus tenis
color salmón.
Julia C.
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