Lucía
Mei duerme, literalmente, bajo un manto de cariño y buenos deseos...
Ha
sido largo y costoso el camino que han recorrido sus padres hasta poder llenar
la cuna de madera color cerezo con su cuerpecito diminuto, hasta poder
custodiar su sueño con la ilusión de quien sabe que guarda un tesoro. Pero
cuando la miran todo lo dan por bien empleado: la espera, los muchos trámites
administrativos, las decepciones por los continuos retrasos, ese largo viaje
hasta China para recoger a su niña, el parón en sus vidas para residir,
obligatoriamente, un mes en el país. Mar y Emilio lo aceptaron todo con la
sonrisa en los labios, sin desanimarse ni por un instante, superando valientes
cada obstáculo. Aún no era su hija pero ya estaban dispuestos a hacer cualquier
cosa por ella.
Lucía
conserva su segundo nombre original. Sus padres no quieren que pierda sus
raíces ni que olvide de dónde viene. Un día, cuando tenga edad suficiente, la
llevarán a conocer la tierra que la vio nacer pero que no pudo darle lo que
merecía. No, un hospicio triste y de escasos recursos no era sitio para una
princesa; no podía ser que ella, como el resto de sus compañeros, viviera casi
exclusivamente a base de arroz y estuviera al borde de la desnutrición. Suerte
que el padre de Mar es pediatra y que pudo obrar su magia de médico y de abuelo
con la pequeña. Tardó un poco más que otros niños en tener pelo, en comer con
normalidad y en dar resultados aceptables en las analíticas, pero lo consiguió
al fin. Ahora tiene la sonrisa más bonita del mundo, el negro brillante de su
raza bañando la recta melena y una mirada tan inteligente como dulce. Sus
profesores, a pesar de su corta edad, dicen que tiene aptitudes para la música,
y ya hace sus primeros pinitos apenas le dan ocasión.
Cuando
Lucía Mei llegó a España tenía un sitio especial en la casa que sería su hogar
a partir de ese momento y en los corazones de toda la familia, pero faltaba un
detalle. Mar y Emilio querían seguir con su hija una preciosa tradición china
llamada Bai Jia Bei, que en esa cultura sirve para traer suerte y dicha a la
vida de los niños. Nos explicaron en qué consistía y todos estuvimos
entusiasmados de poder participar. Se
trataba de aportar cien buenos deseos, materializados en otros tantos recuadros
de tela usada, para confeccionar con ellos una colcha con que tapar a Lucía en
las frías noches de invierno. Recuerdo que revolví incansable mi caja de
retales hasta encontrar lo que buscaba: un estampado infantil de soles que para
mí representaban la luz que ella había traído a la vida de sus padres. Fue muy
duro para Mar aceptar que nunca tendría hijos nacidos de su vientre, pero ahí
estaba Lucía, nacida del más puro amor, para dejar toda esa pena atrás. Recorté
a la medida oportuna mientras conjuraba mis mejores deseos para esa pequeña
belleza de ojos rasgados y luego envolví la tela en papel de regalo. Me sentía
como una auténtica hada madrina de cuento.
Debimos
habernos reunido todos en una “Fiesta del Jengibre” para entregar nuestro
presente, pero nos conformamos con hacerlo por turnos, cada uno cuando pudo.
Quizás esa parte de la tradición no la seguimos al pie de la letra, pero
nuestra intención era la mejor y eso debe contar. Más tarde las abuelas de Lucía
hicieron un maravilloso trabajo uniendo todos los pedazos y componiendo una
preciosa colcha.
Por
eso, aunque lejos de su país natal, Lucía Mei duerme bajo un manto de cariño y
buenos deseos.
Julia
C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si tienes algo que decir no te lo calles. Este es un sitio para compartir :)