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Naisha respiraba entrecortadamente,
presa de un repentino ataque de ansiedad tras el portazo de Andrés. Se
arrepintió al instante de todo lo que había dicho, no era su intención
mostrarle esa cara terrible de su personalidad, pero estaba hecho; lo había estropeado
y sabía que no habría vuelta atrás.
Intentó recordar las técnicas de
relajación que había aprendido en la consulta, pero lo único que acudía a su
mente, como si fueran piezas de un puzle absurdo, eran ciertas imágenes: una
impoluta bata blanca recién planchada, cojines color canela repartidos por un
mullido sofá, una mirada verde esmeralda capaz de traspasarla, luz entrando a
raudales por un ventanal para bautizarla en su desnudez, unas manos grandes y
velludas recorriéndole el cuerpo con lascivia. Sí, había mantenido una relación
fuera de toda ética profesional con su psiquiatra. Y él, que se suponía iba a
ayudarla a superar sus problemas, terminó por hundirla aún más profundamente en
su propio pozo de confusión cuando recapacitó y decidió no volver a verla más.
La historia parecía repetirse sin final desde que el hombre más importante de la
vida de Naisha, su padre, las abandonara a su madre y a ella siendo una
adolescente. Su vida amorosa había sido siempre un rosario de desilusiones
tanto mayores cuanto mayor era su obsesión enfermiza por establecer una
relación de pareja a toda costa.
No conseguía calmarse, así que se
levantó y buscó con urgencia su bolso, ¡necesitaba las malditas pastillas! Mientras
tragaba un par de ellas con sorbos precipitados de champán tibio, concibió la
esperanza de sobreponerse, de poder hablar con él tranquilamente cuando saliera
del baño y hacerle comprender que todo había sido un error, que los nervios le
habían jugado una mala pasada y que no volvería a repetirse. Andrés la quería,
de eso estaba segura, y tenía que luchar para que su historia saliera adelante.
Esta vez todo iría bien, se merecían una oportunidad.
**********
Cuando Andrés abrió la puerta, algo
temeroso de tener que enfrentarse a una nueva escena de histeria, el panorama
había cambiado sustancialmente. El aire de la habitación se percibía fresco y
renovado por efecto de la ventana abierta, las sábanas de la cama lucían extendidas
y los restos de la cena reposaban, bien recogidos, sobre la mesita auxiliar. Naisha,
con el vestido a medio poner, alisaba su melena frente al espejo. Los cercos negros
de rímel que rodeaban sus ojos y el gesto del rostro, ligeramente desencajado,
habían disipado cualquier atisbo de atractivo que ella pudiera tener la noche
anterior. La mujer actuaba con aparente naturalidad, parecía haberse calmado
por completo, lo que fue un verdadero alivio para él; aún tenía esperanzas de
salir de allí sin más percances
─¿Me ayudas con la cremallera de la espalda? No
quiero molestarte, pero es que sola no puedo ─Su tono de voz era aterciopelado y quizás un poco
pastoso.
Andrés se acercó con recelo e
hizo lo que ella le pedía, poniendo mucho cuidado en no aproximarse más de lo
necesario y en no hacer nada que pudiera confundirla sobre sus intenciones de
poner fin de inmediato a ese capítulo de su vida. Cuando hubo terminado Naisha
se volvió para mirarle con intensidad.
─Ha
sido muy hermoso lo que ha sucedido entre nosotros esta noche, ¿no
crees? Estos encuentros pactados por internet no siempre salen tan bien como el
nuestro, somos muy afortunados. ─Andrés no
daba crédito a
lo que oía de
labios de aquella perturbada. Dudó entre contestarle o guardar silencio y finalmente
pensó que lo mejor sería dejar las cosas claras de una vez por todas. No pretendía
ser cruel, pero con medias tintas y cortesía no iba a lograr que ella
entendiera. La tomó de los hombros para
dar más énfasis a su discurso.
─Naisha
tú eres
una mujer deliciosa, un lujo para cualquier hombre, pero yo ya estoy casado y
soy feliz con mi esposa. Es cierto que Mirella y yo tenemos una conversación
pendiente sobre lo que ha pasado aquí esta noche, sobre algunas cosas que no
entiendo, pero bajo ningún concepto voy a renunciar a ella, ¿comprendes? Tú has
sido como un sueño hecho realidad, en serio, pero la claridad de la mañana pone
fin a todos los sueños y el nuestro se ha terminado. Encontrarás a alguien que
te merezca y serás muy feliz, ya lo verás, pero ese alguien no soy yo.
Naisha fue crispando el rictus de
su boca conforme escuchaba las odiosas palabras de Andrés, entornando los ojos
hasta convertirlos en dos rajas siniestras que solo expresaban ira, desprecio.
Apretó con tanta fuerza lo que sostenía entre las manos que se le convirtieron
en dos garras doloridas y blanquecinas. Se hizo daño, pero mucho peor que el
dolor físico fue el psicológico, un sufrimiento profundo que provenía de sus
muchos traumas pasados. No podía ser, no consentiría un nuevo abandono cuando
ella lo había puesto todo de su parte, y en un acto instintivo que no pasó por
el filtro de su razón, le clavó a Andrés con todas sus fuerzas el objeto que
momentos antes la hería a ella. De los pequeños agujeros abiertos en su cuello
empezaron a brotar rojos regueros de sangre.
Naisha ya no tendría con qué
sujetarse el pelo, pero tampoco le importaba lo más mínimo en aquellos
momentos.
Julia C.
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